Necesidades que sí se crean, sí destruyen y sí transforman

 

 

En una columna escrita por un colega de profesión y academia manifestaba hablando de Necesidades que… “Las necesidades No se crean, se satisfacen. El enigma consiste en descubrir las diferentes maneras de satisfacerlas…”. Con el respeto que me merece su opinión difiero de esta idea.

 

 

En la Economía Clásica se establece que “las necesidades son ilimitadas y se satisfacen con recursos limitados de usos diversos”, pero…

 

 

¿Por qué tienen que ser ilimitadas las necesidades?

 

 

La sabiduría convencional emitida por la opinión pública encontrará este cuestionamiento como una aberración, postura que se entiende, pero tiene sus deficiencias. No es que las necesidades sean ilimitadas; es que ¡nos han hecho creer que lo son!

 

 

El crear necesidades es parte de un “juego” para engendrar una sociedad insaciable donde lo único que importe sea el consumo voraz con el fin literal de  esclavizar, desterrando del seno familiar los valores éticos, morales y religiosos.

 

 

 Con este criterio se trata de que no haya “llenadera”, y eso sólo se logra creando cada vez más y más necesidades innecesarias. Lo que no se percibe es que en el “jueguito” se busca además enriquecer a unos cuántos a costillas del trabajo y patrimonio de muchos.

 

 

Recordemos que en un mundo donde el materialismo y mercantilismo son “valor prioritario” importa el tener y no el ser. La persona humana vale por los bienes que posee, por lo que produce y/o consume.

 

 

La dignidad del ser humano es rebajada a un factor de producción más; donde puede ser fácilmente despreciado, sustituido y desechado. Por eso, después de los 35 años de edad ya no se da trabajo, pues queda puro “viejo amañado”, no proporciona utilidad alguna y estorba. ¿Eso queremos como sociedad?

 

 

¿Quién crea las necesidades?

 

 

Irónicamente es el mismo proceso productivo, movido por la voluntad y libertad humana, cuya función se supone es el de satisfacer necesidades, quien a su vez crea nuevas.

 

 

Como menciona el economista John Kenneth Galbraith: “El proceso productivo incorpora los medios por lo que las necesidades son creadas y posteriormente sustentadas por la moda, las aspiraciones sociales y la simple imitación”.

 

 

Aquello que otros hacen o poseen, uno debería producirlo o tenerlo. La fuente de la demanda del consumidor son la publicidad y las técnicas de venta de los productores.

 

 

La realidad es que primero se hace el producto y luego se crea el mercado, entonces ¿cuál soberanía del consumidor?

 

 

Se supone que el productor sirve lo que el consumidor pide. Es decir, son las necesidades de los consumidores expresadas a través del mercado las que determinan la producción. En la realidad sucede lo contrario. Prevalece la soberanía del productor.

 

 

El consumidor es menos que soberano pues se le impone lo que debe consumir. Es decir, primero se produce (se crea) y después se manipula e impone a través del subconsciente por medio de la publicidad y técnica de venta la necesidad innecesaria.

 

 

Un ejemplo actual de esto es el uso insaciable y vicioso de la telefonía celular y redes sociales. Nos han creado la necesidad de estar todo el tiempo posible comunicados con quien no está presente físicamente. Es una especie de parálisis paradigmática enfermiza.  Fríamente analizado, no existe razón alguna para estar satisfaciendo todo el día esta necesidad.

 

 

El costo de lo anterior es, sin menoscabo de lo económico, sobre todo social. No prestamos atención y nos perdemos del momento único e irrepetible de disfrutar a quien está presente por estar “comunicado” con quien no lo está; ¡así de absurdo!

 

 

Curiosamente, en el era de las comunicaciones es cuando menos comunicados estamos entre nosotros.  Y luego nos quejamos de que “nadie pela a nadie”.

 

 

La consecuencia de esta manera de manipular es que pone en peligro el equilibrio social; más temprano que tarde pasa factura y lo destruye. Algunos costos de la transformación: disolución familiar y social, vida superficial,  esclavitud, falta de respeto a los momentos de la vida, insatisfacción, incomprensión al prójimo, vacío, frustración y depresión.

 

 

Otros ejemplos son la creación de virus de computadora y su correspondiente venta de antivirus.  Incluso en el ámbito de la salud, también se crean virus, como el del sida y el de la influenza humana, y después se venden tratamientos que literalmente terminan con el patrimonio de las familias o cobran enormes sumas de dinero a los Seguros por enfermedad haciendo negocio redondo.

 

 

Si seguimos considerando esencial lo que es superfluo las sorpresas serán aún más grandes y desagradables. Reflexionemos;  respetemos los momentos de la vida dando a los bienes y servicios su justo valor intrínseco y adecuado uso.