No es difícil entender por qué Tom DiCillo aceptó el encargo de hacer un documental sobre Jim Morrison. Toda su filmografía está recorrida por una intensa fascinación por la fama. ¿Qué significa ser una celebridad? ¿Sólo disfrutan de ella los que se la merecen o, por el contrario, tener talento no e ... más» No es difícil entender por qué Tom DiCillo aceptó el encargo de hacer un documental sobre Jim Morrison. Toda su filmografía está recorrida por una intensa fascinación por la fama. ¿Qué significa ser una celebridad? ¿Sólo disfrutan de ella los que se la merecen o, por el contrario, tener talento no es garantía para subirse al podio de los triunfadores? Desde «Johnny Suede» hasta «Delirious», pasando por «Una rubia auténtica», las películas de DiCillo sueñan con una trascendencia que se contradice con un estilo humilde, ligerísimo. Su cine está poblado por artistas que merecerían mejor suerte, que no obtienen el reconocimiento público que su genio pide a gritos. No es raro, pues, que DiCillo beba los vientos por Morrison, porque se ve en él como en un espejo: un extraño, alguien que no encaja en las expectativas de los demás. Los mitómanos deberían tener prohibido dirigir documentales sobre sus ídolos. La perspectiva se acorta, la empatía se hincha como un globo y acaba estallando en la cara del espectador: habemus hagiografía. DiCillo nos habla con la voz interpuesta de Depp, que machaca sistemáticamente todos los planos del filme, masticando las imágenes, inéditas o de archivo, con que no sólo se nos quiere contar la historia de Morrison y The Doors, sino el revuelto contexto político y social de América entre 1966 y 1971. Imagen y sonido se pisan, se atropellan. Del contexto sabremos lo mismo que si consultáramos wikipedia. De Morrison oiremos un montón de lugares comunes: por ejemplo, que su poesía era «simbólica y pura». La gracia está en la frescura del material de Morrison, que incluye fragmentos de una película, «HWY (An American Pastoral)», que rodó entre amigos, y montones de imágenes de «backstage». Es una pena que DiCillo no haya hecho una lectura crítica de ese material, dejándose seducir por el atractivo de un mito que sigue siendo un misterio después de haber visto la película. Es un documental para gente que no tenga ni idea de cultura popular del siglo XX o para acérrimos coleccionistas de memorabilia de Morrison y compañía. (POR: S. Sánchez, Diario La Razón)  menos«