Por Jonathan R. Maza

El mapa político-ideológico en México, como en casi todo el mundo, está cambiando constantemente. Actualmente, las izquierdas no son ya la izquierda unificada de antes, ahora por el contrario, se han diversificado en corrientes, unas identificadas con los paradigmas marxistas y anarquistas de principios del siglo XX, más nacionalistas e intransigentes, con líderes mesiánicos y caudillos espirituales; y por otro lado, se encuentran las otras izquierdas, las más “modernas” o de “vanguardia”, que son más democráticas y mayormente identificadas con los paradigmas de la socialdemocracia de la segunda mitad del siglo XX.

Estas últimas se han vuelto más atractivas para los individuos inconformes, los “indignados”, a los cuales la tibieza del centro no les apetece, y mucho menos toleran las ideas conservadoras de la derecha por considerarlas decimonónicas. Son precisamente las izquierdas de “vanguardia”, los “progresistas” que se han convertido en el terreno idóneo para los activistas del siglo XXI, ciudadanos jóvenes que no tienen ideologías claras, que son relativistas, que juzgan la veracidad de las instituciones; son pues los detractores de la modernidad, los que buscan nuevas respuestas alternativas en las que no se involucre la lucha de clases ni el derecho natural, porque para ellos las verdades absolutas no existen.

Pero por otro lado tampoco tenemos la presencia de una sola derecha en México, fenómeno que nunca ha sucedido en nuestro país, contrario a lo que podrían creer muchos. Es importante recalcar que desde los tiempos de la Independencia (siglo XIX), ya se perfilaban dos tipos de derecha en nuestro país, por un lado la derecha liberal y por el otro la derecha conservadora. Por lo que en aquel entonces, la izquierda no tenía una seria existencia en el mapa ideológico-político.

Las derechas en México se pueden identificar como de antaño, por un lado la liberal más identificada con las libertades individuales y económicas, más no las políticas; y por el otro lado la derecha conservadora identificada y cercana a concepciones más doctrinarias, a los valores judeo-cristianos, y que en algunos casos evolucionaría (durante la primera mitad del siglo XX) hacia la democracia cristiana y el socialcristianismo. Esta derecha aspiraba concebir un Estado y una sociedad más moral y ética, que preserve y defienda la vida desde la concepción del ser humano hasta su muerte natural, una derecha más resistente a los cambios sociales contemporáneos como es el caso de la transformación de los modelos familiares, del matrimonio y las prácticas de hiperconsumo que atentan contra el mismo ser humano. En poca palabras, una derecha que ni sería capitalista ni socialista, sino que se propondría como una tercera vía tanto en lo económico como en lo político.

Y por último tenemos el centro del espectro político, que no podría definirse más que como el terreno de la indefinición; o de lo que yo llamo la definición a conveniencia, es decir es el terreno del oportunismo político, terreno que da resultados electorales, debido a que se acepten ciertas posturas ideológicas, según convengan a la población que se visita y según los momentos políticos. El centro es por definición el terreno del pragmatismo político, y se caracteriza por ser incoloro e insaboro, aunque sus militantes se hacen de todo tipo de partidos para usarlos de trampolín, llegando a ser lo más parecido a un verdadero inodoro de la política. En este espacio se encuentran, desafortunadamente, la mayoría de nuestra clase política.

Sin ánimos de profundizar más, ni de hacer aseveraciones académicas sobre el tema, podemos inferir que el mundo que nos tocó ver y vivir hoy en plena segunda década del siglo XXI es, sin dudarlo, un mundo deficiente y carente de sentido en lo político, carente de verdades que den certeza a los ciudadanos, y que lo único que ha reproducido es una ciudadanía carente de conocimiento, atiborrada de información (pero no por ello bien informada), lo cual no permite que exista una ciudadanía abierta y pujante que impulse los cambios que México necesita. Finalmente, los cambios políticos que produzcan y generen mejores condiciones de vida para todos dependerán de que exista una ciudadanía que aprenda a diferenciar lo más básico que nos hace ser seres humanos, el bien y el mal; sin ello, seguiremos perdidos en el mar de posibilidades que no llevan a ninguna parte y no construyen nada para nadie.

Hasta la próxima...

Mi twitter @jonathanmaza