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Sergio Rodriguez Montes

Y Vivieron Felices para Siempre

Publicado: 20 de OCT 2011 0 comentarios

 

“Y vivieron felices para siempre” es una frase peligrosa. Peligrosa porque creerla ciegamente y basar en ella nuestras expectativas amorosas terminará traduciéndose en “y vivió frustrado(a) para siempre”.

El amor a la Disney presenta varios problemas: el primero de ellos es el ideal de que un príncipe azul ha de llegar en algún momento a resolver todos nuestros problemas y carencias. Nos hace creer que en un momento dado, después de una larga vida de penurias y desgracias, llegará un caballero guapísimo, rico, de aliento fresco y modales refinados, a liberarnos de nuestra vida horrenda y apestosa.


No mamar. En primer lugar la vida no es una sucesión de penas, es como un taco campechano que trae de todo. Sin embargo, como buenos adictos al drama, educados por las películas cursis y las telenovelas, nos tiramos a la desgracia y de ahí no hay poder humano que nos saque.


La cosa se recrudece todavía más cuando caemos en la cuenta de que somos un país mayoritariamente católico y la cultura de la culpa, el sufrimiento y la redención a través del dolor es parte de nuestra vida cotidiana. Aún más: la idea de que “los últimos serán los primeros” y que es necesario vivir en la limitación para obtener los favores del cielo se aplica también al amor: si no se sufre, no hay premio. Y ahí nos tienen a todos, sufridotes, creyendo en ese mito chafísima de que “si no duele, no es amor”.


Otro grave problema del amor Disney es que nos hace creer que somos merecedores de un príncipe, aún cuando seamos unos plebeyos, nos apesten las patas o tengamos un humor de los mil demonios. Ponemos estándares altísimos a quienes quieran acercarse a nosotros, y vivimos en espera de que ese galán perfecto llegue a nuestra vida, cuando nosotros estamos lejísimos de ser perfectos y de ser unos príncipes.


¡Pero por supuesto que los príncipes azules no existen! ¿Y qué nos queda entonces? Pues idealizar. Así que cuando un chamacón que tiene sus buenos atributos se nos presenta, tendemos a idealizarlo, lo trepamos a un pedestal y decimos: “a güevo, este es el bueno, el perfecto, mi príncipe”. Es claro que el sujeto en cuestión no es ni será un príncipe, es un wey como nosotros, de carnita y hueso, y tarde o temprano saldrán sus defectos a relucir. Cuando el ser humano brote nos sentiremos decepcionados, enojados y engañados, porque nuestro príncipe en realidad no lo era y lo mandaremos al diablo. Lo peor de todo es que estaremos incapacitados para entender que él jamás nos engañó, que fueron nuestras proyecciones y nuestras expectativas las que nos hicieron la mala jugada.


Pero la cosa no para ahí. La bola de nieve crece cuando nos damos cuenta de que en ese mundo Disney el héroe (la heroína, casi siempre) sólo encuentra la felicidad, el sentido de su vida, a través de las relaciones amorosas. Salvo Mulan (la menos taquillera de sus películas de “princesas”) las mujeres de Disney tienen como atributo principal una belleza dócil, una belleza que espera, una belleza que es el recipiente de sentimientos virtuosos, una belleza fértil, pero improductiva por sí misma.


¿Qué ocurre con esto? Que el imaginario colectivo de toda una generación está marcado por la idea de que si no vives en pareja, tu vida no tiene sentido. Y aquí es donde la esquizofrenia colectiva se desata y los grandes emporios hacen su agosto.


Es evidente que no todo el mundo podrá estar “emparejado” siempre y habrá un sentimiento de vacío e insuficiencia en aquellos que no tengan pareja. Para ellos el mercado ofrece paliativos, premios de consolación: ropa de temporada, productos electrónicos de vanguardia y todo aquello que compense la falta de afecto con un status socioeconómico: no tengo amor ideal pero qué me importa, está bien chingón mi iPhone4 y mira qué chidos están mis calzones Calvin Klein.

 

Tenemos entonces varios flancos hasta ahora: 1) creemos que el amor llegará solito a nuestras vidas, después de una larga sucesión de penurias que hay que soportar valientemente 2) creemos que será un caballero galante y perfecto el que nos sacará de ese agujero de maldad, un tipo sin defectos que evidentemente no existe y 3) creemos que nuestra vida sólo tienen propósito y estará completa sólo si tenemos una pareja, y si no la tenemos, recurrimos al consumismo y otras salidas falsas para compensarlo. 

¿Cómo no vamos a sentirnos mutilados e infelices si seguimos creyendo el amor Disney? Sólo en la medida en que entendamos que esas historias de ficción son eso y nada más, podremos darnos cuenta de que fuera de esos estándares ideales hay otras cosas, mucho más ricas e interesantes, mucho menos cuadradas y limitantes.
 

A lo mejor no nos topamos con el príncipe guapísimo y millonario, pero sí con un hombre interesante y bien dispuesto a hacernos sonreir. A lo mejor no encontramos nunca el amor de pareja. ¿Y qué? ¿Ya por eso vamos a vivir en frustración eterna, latigueándonos la espalda, cuando hay un mundo por vivir y un sinfín de maneras de experimentar amor?

Vamos a tirar a la basura el “y vivieron felices para siempre” y reemplacémoslo por el “y vivieron”. La eterna felicidad es un mito. Vamos a vivir la soltería y la pareja, la lágrima y la sonrisa, la felicidad y los momentos de depre. De contrastes está hecha la vida. Si aspiramos a una felicidad eterna, monótona y sin contrastes, aspiramos a todo, menos a vivir. ¡Ahora tomemos todos una antorcha, formemos una turba iracunda y hagamos una quema monumental de películas de Disney! Quién quita, tal vez en una de esas nos encontramos con alguien igual de frustrado que nosotros y ¡zas! hasta nos enamoramos.

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Publicado: 20 de OCT 2011
Editado: 20 de OCT 2011
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