“He arado en el mar y sembrado en el viento” Simón Bolívar

800 millones de personas sufren hambre (FAO 2014).
1,020 millones de personas (14% de la población mundial) subsisten con menos de un dólar al día (Acción contra el Hambre).
Cayendo en una espiral viciosa y paralela, la pobreza genera hambre y el hambre genera desnutrición, la cual merma el desarrollo integral de las personas, dejándoles sin oportunidad alguna para romper la inmovilidad social en la cual se encuentran.

A esta terrible realidad de nuestra humanidad, debemos sumar que un 20% de las tierras irrigables del mundo se vuelven estériles al ser erosionadas por agua marina. El problema aumenta anualmente, al menos en 2,000 hectáreas que son salinizadas por el mar (Instituto del Agua, Medioambiente y Salud de la ONU).  Ante ello, existen procesos para desalinizar la tierra, sin embargo, conllevan costos exorbitantes para cualquier país (México entre ellos), e inalcanzables para países como Siria, Iraq y Pakistán.

¿Qué hacer? Esa fue la pregunta realizada y contestada por Mark van Rijsselberghe (en su local Dinamarca, también sufren de tierra salinizada). Durante los últimos 10 años, el granjero/investigador ha plantado diversos tipos de papas en tierra salina mismas que han sido regadas por agua de mar. Aunado a las papas, algunos tipos de cebollas, zanahorias y fresas tienen una gran resistencia al agua salina y no saben saladas, según el propio Van Rijsselberghe.

El proyecto danés “Salt Water Farm” (Granja de Agua Salada) ganó en el 2014 el premio otorgado por la Agencia Americana de Desarrollo Internacional (U.S. Agency for International Development). Ante tal reconocimiento, los ganadores expresaron no ver en la salinización un problema, sino una oportunidad.
Posiblemente tengan razón: ante el calentamiento global, el nivel del mar se seguirá elevando, se salinizarán más tierras de sembradío, y el proyecto citado, sería una magnífica manera de recuperarlas.

En esta granja danesa, no siembran alimentos genéticamente modificados o producidos en laboratorio. Ellos apelan a un remoto pasado donde las papas, se regaban con agua de mar, y donde las más de 5,000 variedades de papa existentes, ofrecen un sinnúmero de posibilidades de adaptación a la naturaleza. Tan delicioso tubérculo, guarda en su genética esa “resistencia” a las adversidades, ventaja que tal vez se pierda cuando se modifica genéticamente.

Es cierto, el producir un kilo de Papa en tierra salina es cinco veces el costo del mismo kilo producido en Europa, pero si Van Rijsselberghe y su equipo logra aumentar la producción por hectárea, podrán disminuir el costo, considerando también que las papas requieren muy poca agua para crecer (10 veces menos que un kilo de arroz –Koorn).

El proyecto de la Granja de Agua Salada se expandirá este año al sur de Francia, donde experimentarán con otros alimentos y condiciones climáticas distintas, todo con la esperanza de recuperar la tierra que se consideraba yerma, y lo mejor, encontrar nuevos caminos para resarcir en parte la hambruna de una significativa parte de nuestra población.

En un mundo atascado de tristes noticias, resulta esperanzador conocer de personas quienes paradójicamente buscan ofrecer mejoras a nuestra tierra, sembrando en el mar para alimentar. Tal vez, Simón Bolívar estaba equivocado, el arar en el mar, sí da resultados.
 

“Caminante no hay camino sino estelas en la mar.” Antonio Machado