Soy viejo, desde pequeño lo he sido. Si ahora me vieran aquellos que me regalaban uno de sus dedos; seco como un hueso de durazno chupado, por eso evito los espejos y sé de memoria los surcos en mi rostro que parecieran ser solo la continuación de mi traje a rayas marinas. Una vida de insana lucidez, se refleja en el temple; el temple de un hombre.

Mi temple conoce desiertos y avalanchas. Monótonos paisajes en donde ha pasado el tiempo y solo habitan cromatismos que van del gris al azul con tintes de amarillo hepático.

Mis articulaciones me reclaman los ochenta, a mi conciencia ha dejado de importarle lo que ha tiempo refiere, carece de reloj o calendario y sólo el polvo acumulado, los centímetros agregados a mis uñas dispares o el escaso bello que crece sobre mi cuerpo en lugares al azar me dejan saber que algo ha sucedido, algo, que ya no sé, si puedo llamar tiempo.

Fui maestro a corta edad, borracho y señalado con el dedo, profesiones que solo me llevaron a desarrollar un nomadismo inútil que hace años fermentó, históricamente lo hubiesen definido como cambio evolutivo. Llegué aquí y aquí me quedé, un ataque sedentario contrario a mis principios.

Quisiera ser ese ser mitológico inventado por Calvino, un Barón Rampante. He decidido parecerme a él pero conservar mi nombre, un colchón de arenas movedizas y una fobia a las mariposas negras, afortunadamente nunca he visto una.

Vivo en un árbol, no en una “casa del árbol”, sino en un árbol; no es acogedor ni mucho menos, nos hemos dado nada más que lo necesario.

Lo necesario entre nosotros me ha costado parte de mi naturaleza y a él parte de la suya, adaptamos nuestras fisonomías, algo que logré en la cama con pocas mujeres a las que hoy perdono, es difícil desear un cuerpo donde todo es invierno.

No hay ni piso ni techo, solo espacio, silencios que compartimos; respiros que encontré con pocos a los que nunca me atreví a llamar personas, ficciones materializadas, personajes. Aparte de ellos, no recuerdo a nadie. Me dá pereza.

No soy hueco de alma, es solo que a mi me han dado más de lo que he pedido, soy libro con más páginas que letras. Espero un día morir, despertar con miles de mariposas negras postradas sobre mi, no habría necesidad de un ataúd. Quisiera consumirme sin llegar a ser polvo nuevamente, quisiera morir sabiendo bellos los grandes horrores.

por Mariana Rodríguez

Alumna de UNARTE