Academia de Análisis

Gustavo Adolfo Bécquer es, sin duda alguna, uno de los máximos exponentes del romanticismo español, tendencia que vino a sustituir al neoclásico. Siguiendo una línea de correspondencias, Gonzague de Reybold, afirma que “el barroco es al renacimiento, lo que el romanticismo es al clasicismo”.

Dentro de su copiosa producción en leyendas nos deja El rayo de luna; una leyenda en donde se encuentra reflejado él mismo y su espíritu romántico. Se dice que todo aquél que escribe deja en el papel algo de sí, de su personalidad, de su ideología, siendo éste quizá el espíritu que Bécquer nos deja ver en Manrique, personaje central de la obra. Gustavo Bécquer nos lleva a través de templos góticos, campos sobrios y calles tenebrosas para describirnos a Manrique, un hombre que amaba la soledad, y que incluso deseaba carecer de sombra para que no lo siguiese a todas partes; él amaba la soledad porque “en su seno, dando rienda suelta a la imaginación, forjaba un mundo fantástico”. Es aquí donde se encuentra la primera correspondencia: Bécquer, siguiendo el ideal romántico, gozaba de su soledad, para así poder crear todo un mundo de fantasía y poder presentarlo en sus creaciones.

Manrique era un poeta exigente, nunca estaba satisfecho de las formas en las que encerraba sus pensamientos. Es probable que un poeta de la magnitud de Gustavo Adolfo nunca haya quedado satisfecho con sus creaciones, ya que esa hambre de creación y de alcanzar la perfección se presentan en cada una de las rimas y leyendas del autor. La idealización del amor es parte importante para el romántico, pues es esa pasión en torno a la cual giran cada uno de las creaciones literarias de la época; así pues, Bécquer al igual que Manrique nacieron “para soñar el amor, no para sentirlo”.

Los dos poetas: Manrique y Bécquer, son netamente románticos, constantemente caen “presos de su imaginación, de un vértigo de poesía”. Así, El rayo de luna, encaja perfectamente con aquel ideal romántico, donde predomina el misterio, lo sobrenatural, la búsqueda de lo inalcanzable. En Bécquer, como en todos los de su tiempo, predomina la imaginación sobre la razón, la emoción sobre la lógica. En Manrique sucede exactamente lo mismo, es decir, gracias a que en él predomina la imaginación y la emoción, lo lleva a vislumbrar a aquella mujer que sólo era un reflejo de la luz lunar.

Después de todo esto, lo único que se puede agregar es que ese mismo espíritu romántico del cual fue presa Gustavo Adolfo Bécquer, es el mismo que embargó a Manrique, comprobando una vez más que el autor se refleja en su obra, dejando en ella su sentir, su pesar. Es quizá Manrique el mismo Bécquer en la búsqueda de ese amor que llene su vacío existencial, ese amor que lo saque de la gran soledad que él vive, ese amor que lo llevó a ser el poeta que hoy todos conocemos.