A raíz del feminicidio de Paulina Camargo he escuchado y leído una serie de declaraciones de personas públicas, que van desde funcionarios hasta comunicadores, que muestran fehacientemente el punto que he venido discutiendo también en los medios en la última semana como director de Comunicación del Odesyr.

Tú que lees esto te has encontrado con lo mismo, sin embargo me gustaría hacer un alto reflexivo para, personalmente, explicar mi postura y mi punto de vista sobre el desgastado concepto de los valores, y por consiguiente, de la ética frente a los feminicidios y a la violencia de género y contra las mujeres, que los ocasionan.

Todas las personas tenemos valores éticos, es decir, la manera en que nuestras conductas y acciones son llevadas a cabo y qué cosas son las que nos importan para hacerlas.
Todas nuestras acciones se llevan a cabo de esa manera. Los valores, pues, no tienen necesariamente una connotación positiva o negativa por sí solos, sino que dependemos del contexto en el que nuestras acciones y decisiones son tomadas para darle un valor a las mismas. Por lo tanto la forma en que valoramos es el ejercicio de la ética y los valores cambian conforme el aprendizaje, la experiencia y el contexto lo hacen.

Un acto por si solo no es bueno o malo, lo es, dado el contexto: una persona que mata a otra aquí mismo, es una asesina; una que lo haga en un contexto de guerra, a un soldado enemigo, por ejemplo, es un héroe.
Ejercer la libertad puede ser, entonces, usar la ética, valorar para tomar la mejor decisión. Es decir, pararse frente a un abismo de incertidumbre y dar el paso.
La política, podríamos definirla como el ámbito propicio para el ejercicio público de estas libertades. 

Hay valores más o menos comunes como el respeto, la dignidad, la honestidad, la solidaridad. Pero también hay otros valores más comunes como la competencia, el individualismo, el machismo o la impunidad.

Así pues hablar de “una falta de valores”, es un despropósito. Sólo carece de ellos quien no hace nada en la vida sin siquiera haber decidido no hacerlo.

Si uno revisa la historia, la “crisis de valores” ha estado presente desde los primeros tiempos de nuestra civilización. Y decir ello, es decir todo y  nada, pues se vuelto ya desde hace varias generaciones un lugar común para decir que lo que no hay son los principios morales inamovibles individuales que al hablante le gustaría que todos poseyeran. Pero es hablar de otra cosa, que por razones de espacio no abordaré.

Una práctica común en las familias es la enorme tolerancia a la violencia.

El tío borrachín que golpea a su esposa y cuya violencia se cuchichea, pero jamás se intenta resolver y mucho menos se denuncia... porque la familia es lo más importante. Es decir, en este ejemplo hipotético (pero no por ello irreal), se valora más la impunidad del tío, el buen nombre de la familia y su unidad (a fuerza de golpes) que la salud e integridad de la tía y la salud del alcohólico.

Así también decir frases como “es mi cruz”, refiriéndose a la violencia machista o la tolerancia a la invasión de la privacidad; la violencia en el noviazgo, manifestada en forma de insultos, acciones controladoras o celos, actos sexuales forzados o bajo coerción, son prácticas altamente toleradas porque el amor “es lo más bonito que le puede pasar a alguien; pero el amor duele”. Y ahí están los medios, la industria del entretenimiento, el mercado, para recordárnoslo. Valoramos más las emociones y sentimientos del otro que la integridad propia en el nombre del amor. ¿Y quién va a decirnos que el amor no es un buen valor? Aunque no debería serlo.

Y juzgamos con base en la experiencia propia, sin generar el mínimo de empatía: “la asesinaron por negarse a abortar”. Claro, las víctimas, más si son mujeres, son responsables de la violencia que reciben por decidir sobre su maternidad, es decir sobre su cuerpo.
Y en esa frase se minimiza al victimario: si mató, fue que la mujer no hizo o decidió hacer o dejó de hacer. No porque él ha crecido en un sistema de valores que le permite pensar que la vida de las mujeres es menos importante que su “prestigio” de varón, que la vida de las mujeres es menos importante: el machismo como valor casi intrínseco de nuestra cultura.

Una presidenta de un patronato, Dinorah López y un funcionario estatal, Guillermo Almazán, desde sus propios espacios declararon que para evitar este tipo de feminicidios trabajan intensamente en la prevención del embarazo en adolescentes.

A las adolescentes y a las mujeres no las matan por estar embarazadas: las matan porque se puede, por la impunidad y la descomposición del sistema de justicia en nuestro país. El embarazo en adolescentes muchas veces es producto también de la violencia, de una que no se ejerce con golpes, mucho más sutil y menos visible y otras veces es una decisión. Si los encargados de atender a nuestras jóvenes no han entendido los dos fenómenos y el punto donde se cruzan, no deberían tener la buena intención de hacer, sino que deberían atender a los principios que los obligan como funcionarios públicos y ejecutar políticas y acciones de gobierno con verdadera perspectiva de género y de respeto irrestricto a los derechos humanos.

Es en el seno familiar donde también aprendemos a valorar, es ahí donde, desde lo público se deben llevar a cabo acciones de transformación, una cultura de la denuncia, de la solidaridad (que no de la complicidad) y del entendimiento: desmontar las desigualdades que permean, esa responsabilidad la debe encabezar el gobierno.

A final de cuentas, el feminicidio es la expresión más extrema y visible de violencia contra las mujeres, nos asalta y estruja, porque nos exhibe como sociedad: es resultado de una serie de prácticas violentas normalizadas y naturalizadas en todos los ámbitos de nuestra vida común. Por ello es un asunto público y el gobierno se debe hacer cargo; hace muchos años que se logró sacar la violencia del ámbito doméstico para que ahora a través de discursos moralizantes pretendan devolverla a ese cajón oscuro y temible.

La pregunta sigue siendo ¿cómo valora el gobierno estatal la vida de las mujeres que hemos perdido a manos de sus feminicidas? Eso, ¿en qué acciones podemos verlo?

Coda

Aquí les dejo un texto estrujante sobre el feminicidio de Xóchitl Carrasco León y la importancia de hablar y vivir de violencia, afectos, noviazgo y toma de decisiones.

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Brahim Zamora Salazar es director de Comunicación, Planeación y Capacitación del Odesyr y presidente del Consejo Ciudadano de Derechos Humanos e Igualdad de Género del Municipio de Puebla. 

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