Ya una amiga mía me había compartido este tema como fuente para un muy buen blog. Me tomó un buen rato de pensar y pensar sí convenía o no, para al final darme cuenta que precisamente de la indiferencia siempre he hecho críticas. Sigamos leyendo.

Para comenzar, establezcamos el contexto de indiferencia en este caso. Puesto que es un término algo ambiguo, diré que hablo de la indiferencia de la gente hacia las normas básicas de una sociedad y sus integrantes. O sea, toda esa típica gente que puede ver al prójimo sufrir y jamás hacer algo al respecto, puede tatuarse la ley en la piel pero nunca la hace valer, quizá porque se la ha tatuado en la espalda.

Insisto, no soy negativo, sino realista. Día a día, momento tras momento suceden este tipo de situaciones. Tan simple como un conductor con tremenda ausencia de un sentido de responsabilidad decide pasarse de largo una luz roja, o peor aún, un peatón caminando por la vía del metrobus cómo si de un sendero cualquiera se tratara y que además de todo esto, lo hace en sentido contrario. Lo terrible es que si sucede un accidente la gente se enfurece, se llena de ira y reclama al gobierno por no señalizar y no colocar puentes, cuando el verdadero culpable fue el peatón.

También el gobierno es indiferente, no es algo nuevo. Dependemos muchas veces de si les interesa ayudar o no. Votamos por ellos, los apoyamos y al final sencillamente nos desechan para nunca volvernos a consultar.

Sumando la indiferencia del pueblo con la del gobierno, podemos ver como resultado un ciclo infinito, en donde si el gobierno es corrupto, la gente no hace nada pues “siempre han sido así "  o “mientras no roben tanto y hagan obras" la bolita pasa a los servidores públicos, mismos que al presenciar nula indignación se reclinan en sus tronos para decir “pues ni cosquillas les hizo". Indiferencia que alimenta a más indiferencia, dolor fingido para aparentar. Creamos escudos que no queremos soltar.

Escudos como las redes sociales, donde despotricamos y nos soltamos a decir lo que no nos gusta. Comentarios que ahí se quedan, en un historial mezclado con las fotos de la fiesta del fin de semana y anuncios de gente desaparecida. No trasciende, no crece. Son rasguños con guantes de felpa. Nos quejamos con miedo.

Un ejemplo muy claro es Ayotzinapa. Ha pasado un año y parte del pueblo sigue dormido. El mundo nos grita para despertar, nos da bofetadas para llenarnos de rabia e impulsarnos a la acción. Puede que nos falten pantalones (y me incluyo) para dar el siguiente paso, para dejar las redes y externar nuestro sentir y nuestro pesar, para demostrarle al mundo nuestra forma de actuar. Yo creo que no es tan difícil. Nosotros somos los que nos hacemos las cosas difíciles, nos gusta complicarnos la existencia.

Yo espero algún día ver una unión directa de mexicano a mexicano para combatir este mal que nos quiebra día a día, esa maldita indiferencia.

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