No lo recuerdo, pero sé que arribé al mundo en la antesala de otra crisis, quizá la mayor en décadas, una época en donde la bonanza y el crecimiento económico dejaban de ser un sueño para convertirse en dos palabras: inflación y devaluación.

Sí, nací en los últimos meses de aquel sexenio tormentoso, lleno de polémicas y excesos, de corrupción y nepotismo; no pasaron muchas semanas para que la situación se agravara por las decisiones tomadas desde Los Pinos y que tendría una repercusión negativa para toda la gente.

Jolopo y el colapso

El sexenio de José López Portillo (1976- 1982) había transcurrido entre claroscuros, por una parte, arrancó sobre un terreno endeble, producto del deficiente manejo de su predecesor (Luis Echeverría) quien en agosto de 1976 devaluó la moneda y el tipo de cambio pasó de 12.50 pesos ($) por dólar a $21; y en 1979, Petróleos Mexicanos puso en marcha lo que fue el segundo mayor yacimiento del mundo y por ende, más redituable, llamado Cantarell.

Sin embargo, la impagable deuda externa (80 mil millones de dólares)  y la expropiación del sistema bancario terminaron por convertir a esta administración en una de las peores en la historia contemporánea del país.

Lo que vi, lo que veo

En efecto, soy –como muchos otros- un “hijo” más de la crisis, que he aprendido a ver con “normalidad”, así como los crecimientos nulos o mínimos de nuestra economía, el dólar por las nubes, la carestía de los productos básicos, amigos y familiares emigrando hacia los Estados Unidos para buscar una óptima calidad de vida, etcétera.

Durante la niñez es imposible analizar todo el contexto económico, político y social, no obstante, me enteré –de manera superficial- de los problemas que afectaban a mi entorno: como la gran devaluación de 1987, que disparó  el dólar en cuestión de horas de los $1,712 a $2,700 y la “hiperinflación” del 159 por ciento (%); o años más tarde, en 1994, el “error de diciembre” que derivó en el hundimiento del peso, la caída del 6 % del Producto Interno Bruto (PIB) y la quiebra del sistema bancario nacional.

El Fobaproa

Y fue precisamente esta última la que generó uno de los mayores sismas financieros, pues los 552 mil millones de pesos de pasivos por el concepto de cartera vencida fueron absorbidos por el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa), un mecanismo creado en 1990 para hacerle frente a este tipo de aprietos.

Desde 1998 esa deuda, que alcanzó el equivalente al 40 % PIB, se convirtió en pública, es decir, el dinero de los contribuyentes sirve para pagar dicho rescate, que al día de hoy, asciende a más de $838 mil millones.

¡Bienvenido al mundo!

La actualidad dista de ser mejor, la economía se encuentra paralizada, el precio del barril de petróleo desciende y el endeudamiento del sector público alcanzó en 2014 más de $6 billones, por lo cual, cada mexicano que nace adquiere -en automático- una deuda de más de 52 mil pesos.

Esta inestabilidad, que a diferencia de las anteriores, va aderezada con factores externos (el alza en las materias primas) y que se agrava aquí por las medidas tomadas de pueblos tan lejanos como China u organizaciones internacionales como la Unión Europea.

La generación única

Soy testigo de los cambios y turbulencias que enfrenta México. Como periodista tengo el privilegio de observar este tipo de  hechos y posteriormente narrarlos o analizarlos, como ciudadano, es un momento difícil por la desesperanza, violencia y pobreza que dicha situación acarrea, pero al mismo tiempo, es un reto para salir adelante.

He aprendido a vivir en este lugar porque formo parte de esa generación única que llegó en las postrimerías del régimen revolucionario, que vio la primera alternancia en el poder después de setenta años, que se adaptó al “boom” tecnológico y que hoy ejerce al máximo su libertad de ideas y movimiento.

Trabajar para ver concretado el anhelado bienestar en mi ciudad, estado y país, sería sin duda, la mayor contribución que haríamos “los hijos de la crisis”.

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