En el México insólito pero existente hay una actividad fuera de toda lógica, una tarea que deja a un lado el estudio, que prioriza el mercantilismo, que promueve la ilegalidad y que se aprovecha de las necesidades de las personas más pobres: bienvenido al mundo del “mapacheo”.

La política nacional no podría entenderse sin esa labor tan antigua pero efectiva, aplicada por el régimen posrevolucionario y, en los años recientes, todos los partidos, de todas las ideologías durante los periodos electorales.

¿Qué es? ¿Y cómo opera?

El “mapacheo” fue bautizado por la similitud que guarda con la acción ese mamífero carnicero que entra de manera subrepticia en los corrales para atrapar a su presa.

Así pues, el “mapacheo” es tan diverso que va desde llenar –a escondidas- una urna con boletas marcadas por determinado candidato, inducir a los votantes para que sufraguen por algún aspirante a cambio de un pago económico o en especie, así como facilitar el traslado (por automóvil o camión) de los electores hasta la casilla.

Todas las fuerzas políticas mexicanas cuentan con un ejército “especializado” y asalariado de cientos y quizá, miles de “mapaches” que año con año sale a las calles dispuesto a persuadir al mayor número de ciudadanos a favor de una figura, partido, alianza o coalición.

Estudiar, ¿para qué?

La preparación académica es sin duda, una herramienta que nos ayuda a conocer, realizar, desarrollar e investigar una materia, actividad o profesión; sin embargo, la política actual requiere más de personas que sepan sumar, restar y ofrecer dinero y no, de gente con bases teóricas y prácticas sobre Ciencia Política, Gerencia Política, Políticas Públicas, Comunicación Política, Administración, Liderazgo o cualquier otra área.

Es probable que muchos mexicanos en edad de votar hayan sido perjudicados o beneficiados por esta práctica, ya que puede generar triunfos avasallantes y determinar oposiciones minúsculas.

Los responsables

Por otra parte, los gobernantes en todos los órdenes y los dirigentes de las instituciones son quienes fomentan esta acción ilegal y más increíble resulta, cuando estos son–paradójicamente-  los encargados de “cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen”.

Los recursos económicos con los cuales se nutre el “mapacheo” son públicos, es decir, de las arcas municipales, estatales o federales. En México, por desgracia, el manejo del erario es discrecional y poco transparente; es el caldo de cultivo para la corrupción y el clientelismo.

El perfil “mapacheril”

Quien se dedica a esto, tiene por lo general un bajo nivel de escolaridad, forma parte de una agrupación o gremio sujeto a las dádivas oficiales, habita en zonas populares, marginadas y por ende, con necesidades, lugares históricamente aliados del grupo en el poder, debido a su gran densidad poblacional (dígase votantes).

Desde el PRI, hasta el PAN, pasando por el PRD y los demás partidos, el “mapacheo” se ha convertido en una pieza estratégica en sus procesos de precampañas y campañas, tal vez, sea la más silenciosa y oscura pero con una alta efectividad.

Nuestra democracia, hoy

Hay pocas cosas buenas de la democracia mexicana y sí, muchas malas: sus políticos ganan más, trabajan menos y no dan resultados positivos; sus partidos son caros, no representativos y cerrados a la sociedad; sus instituciones electorales son grandes, con demasiadas atribuciones y con pocos “dientes”; sus gobiernos son “obesos”, corruptos e ineficientes; sus medios de comunicación están –en su mayoría- subordinados al mandatario en turno por interés, censura o afinidad; y sus ciudadanos alejados, desinformados e indiferentes a dicha actividad.

Ojalá que un día el país cambie y profesionalice más su política para que gradualmente desaparezcan esas prácticas, instituciones o figuras que han impedido una verdadera transformación democrática, mientras tanto, decida si quiere “mapachear” sólo para estar a la moda.

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