Dicen que hay unos que se tiran para que otros los levanten, pero no es mi caso. Yo sufro un poco en esta temporada en muchos niveles y he aprendido a vivir con ello. Pero vine hoy a compartirlo, quizá hasta te identifiques.

No soy grinch primaveral ni nada por el estilo. Simple y sencillamente mi cuerpo reacciona muy mal a lo que sucede en estos meses del año en el hemisferio norte... concretamente en nuestro país.

Para empezar, soy hipersensible a la calors. El 80 por ciento de la gente en el mundo tiene un termostato normal, luego hay como 15 por ciento cuya mitad siente más frío y la otra más calor. Y luego estamos el 5 por ciento restante que estamos en los extremos de la exageración.

Por más que quisiera ser normal, no hay forma. En cuanto hay 22 ó 23 grados, me hincho, me empapo, me canso y me agobio. Soy motivo de burlas. En el invierno, yo me burlo. Todos abrigados hasta las orejas, les duelen las uñas de frío, y yo en mi mejor momento, en mangas de camisa.

El otro fenómeno que me desequilibra mal en esta temporada es el cambio de horario. Claro que la gente también se burla. Pero hay estadísticas, damas y caballeros, que son innegables.

El 40 por ciento de la población dice preferir el horario de verano. El 10 por ciento dice que le viene valiendo y al otro 50 por ciento sí nos impacta (y dejen de hacer escarnio porque somos mayoría ¿eh?).

Resulta ser que este 50 por ciento al que pertenezco (los demás ahorita no me importan mucho jaja) somos más sensibles a la fotosíntesis que los demás y nuestro cuerpo está programado como una fabriquita. No funcionamos en la mañana sin luz solar (odio meterme a bañar si no ha salido el sol) y en la noche nos pega el agotamiento porque ya necesitamos cerrar y nos hacen trabajar horas extra.

Esto tiene un impacto en todas nuestras funciones fisiológicas y no la pasamos muy bien que digamos.

Además de que nos toma como una semana en adaptarnos organizacionalmente (nos alentejamos tantito), resulta que:

• El sueño no termina de ajustarse, aunque pasen los meses. Terminas entonces más cansado o con insomnio.
• La digestión sufre un impacto leve cada año, pero es acumulativo año con año. Eso termina por alterar tu metabolismo, lo cual altera tu peso y te cuesta más trabajo mantenerlo (algunos bajan, otros subimos).
• Mentalmente estamos entonces menos alertas.
• En consecuencia, hay una alteración emocional y el carácter sufre altibajos que en circunstancias naturales no sucedería.
• Lo anterior tiene un efecto acumulativo y, a la larga, afecta al corazón y otros órganos vitales.

Esto me ayuda a disculpar el geniecito que de repente me cargo o que soy altamente distraída en algunas situaciones sociales: le echo la culpa a la maldita primavera. Síganse burlando. En el invierno tendrán mi venganza.

¿A ti cómo te impacta el nuevo horario? ¿y el calor? Ven a contarme: Twitter @LaBreton


NOTA: aquí un documento que respalda algunas de las afirmaciones expuestas //ow.ly/d/23X3