VIAJES Y GASTRONOMÍA:

En Xochitlán de Vicente Suárez, la Noche de Muertos hay que andar a las vivas. De todas partes llegan los mortales con sus globos aerostáticos de papel de china. Todos se alistan y apresuran a encender las mechas de sus artefactos voladores. Los hay de muchas formas y tamaños, algunos, los más grandes, de mil 500 pliegos, algo así como 20 metros desde la mecha hasta la punta. Calabazas, pelotas, estrellas, piñas o elefantes, vuelan por los cielos y algunos lo logran y se pierden hasta desaparecer. No todos. La locura comienza cuando hay que correr para apagar los restos de globos en llamas que caen como estrellas fugaces en su frustrado intento de llegar al Más allá. En las calles o en los techos todo es un ir y venir de improvisadas cuadrillas de bomberos. Los concursos de ofrendas y disfraces están listos; los mejores recibirán un premio. Y para rematar, todos al panteón para comer, libar, cantar y bailar con sus difuntos hasta morir. Enclavado en la Sierra Nororiental, en medio de la carretera Inter-serrana y una belleza exuberante que sobrecoge a cada curva, Xochitlán de Vicente Suárez, le brinda al visitante una excelente comida y una rica artesanía en bordados de chaquira. Su bella Poza Verde, el Rancho San Bernardo, su grandioso Balcón del Diablo, las ruinas de la fábrica de ron, junto a la enorme gruta, son sólo algunas de las maravillas por descubrir en ese fantástico lugar junto al río Zempolala. Fotografías y texto: Marco Antonio Sánchez.

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