Zaroff, ese sibarita cazador solitario nacido del talento literario de Richard Connell, apareció en el cine en 1932, no por casualidad fecha de plomo de la Gran Depresión. Cíclicamente regresa para practicar el juego más peligroso: cazar a la pieza más peligrosa, el hombre. Los tiempos ¿cambian?, pero s ... más» Zaroff, ese sibarita cazador solitario nacido del talento literario de Richard Connell, apareció en el cine en 1932, no por casualidad fecha de plomo de la Gran Depresión. Cíclicamente regresa para practicar el juego más peligroso: cazar a la pieza más peligrosa, el hombre. Los tiempos ¿cambian?, pero siempre hay quien desembolsa una buena cantidad de dinero para disfrutar con un trofeo humano. Los Zaroff de Paintball no son tan deportivos: son esos peces gordos que prefieren no mancharse las manos y manejar el mal ajeno desde la distancia de sus despachos, peceras o búnkeres casi surgidos del universo catódico de Perdidos. ¿Qué resulta mejor que el hecho que las clases subalternas se exterminen entre ellas? Así, el juego de supervivencia enmascarado en la válvula de escape pija para violentos reprimidos que son las batallitas con bolas de pintura podría bien ser un discurso social con swiftiana mala leche. Sin embargo, el (asumidamente de puro género) film de Daniel Benmayor no está para masticarnos metáforas ya conocidas. En sus aprovechadísimos, eléctricos y adrenalíticos 85 minutos de metraje se deja de exageraciones: no presenta personajes, no explica más de la cuenta, sigue cámara nerviosa en mano a los conejitos asustados y te lleva a un estado de surreal-real locura sobre matar y morir. (POR: Fausto Fernández, Fotgramas.es)  menos«