Pepe Flores
La culpa la tiene el corrector
Publicado: 08 de AGO 2013
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Trabajo esporádicamente como editor y corrector de estilo independiente. Durante la carrera, aprendí sobre la marcha, laborando en algunas publicaciones locales. Al salir de la licenciatura, he hecho mi carrera como blogger y editor de publicaciones en línea, pero nunca abandoné la parte técnica, la talacha de cazar faltas de ortografía y errores de sintaxis.
Empecé corrigiéndole la tesis a algunos amigos. Luego escribí mi primer libro (en co-autoría, aún me falta uno por mi cuenta); y después recibí la oportunidad en una editorial pequeña en Puebla, donde edité tanto diagnósticos de políticas públicas como mi primer libro, el Ranking de Felicidad en México 2012. No soy literato, como la gran mayoría de los editores y correctores, sino comunicólogo. Pero, como diría Andrés Manuel, me he aflojado en terracería.
En este oficio, como en tantos que se desempeñan de manera autónoma (o freelance), existe un mal común: la mala paga. Pasa, sobre todo, al inicio. Después de todo, la corrección de estilo no es algo que se enseñe en la facultad: se adquiere con la experiencia y depende, en buena parte, de la habilidad de quien la ejecuta. No existe un tabulador; casi todos, en las primeras oportunidades, recurrimos a un conocido para preguntarle cuánto hay que cobrar (y, supongo, es algo generalizado con muchas profesiones de este tipo).
Como en todo, cuando ya tienes experiencia (y, más que nada, te avala un buen trabajo), aprendes a cotizarte. Pero para vivir de esto hay pocas opciones: una, tener una fuente segura (como una editorial grande); la otra, malbaratar el trabajo. La segunda, por desgracias, es la común: mejor sacar tres chambitas en un mes que esperar tres meses a un trabajo bien pagado.
¿Por qué la explicación? La historia viene por las declaraciones de Joaquín Díez-Canedo, director general de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos. Esta edición fue muy cuestionada por tener 117 errores de ortografía. Díez-Canedo ha tratado de minimizarlo al decir que las fallas representan sólo 0.1 por ciento de las palabras en los libros. Tiene razón: estadísticamente, es un porcentaje mínimo, un margen de error (hasta cierto punto) aceptable.
Sin embargo, en su apología hace una crítica muy velada. Díez-Canedo pide no buscar culpables, pues “podría tratarse de un corrector de estilo freelance, que gana 3 mil pesos.” Aunque atribuye que los errores en los libros de texto gratuitos puedan deberse a descuidos y distracciones menores, también tira una piedra: el trabajo tiene fallas porque se hizo con mano de obra barata.
Desconozco cuál sea la forma de operar de la Secretaría de Educación Pública para edición y corrección de estilo de esos libros. A raíz de la declaración, asumo que es algo un tanto artesanal: conseguir a un montón de correctores, darles partes del libro y pagarles poco. ¿Cuánto se paga con tres mil pesos? ¿Un capítulo, un centenar de páginas, un libro entero? ¿Cómo se designa a quién se contrata? ¿Cuánto se le paga, entonces, al editor, al redactor o al ilustrador del libro?
Sin querer, Díez-Canedo abre una ventana para cuestionarnos cómo se elaboran los libros de texto. Los correctores de tres mil pesos son –guardando las dimensiones- como los salarios de seis mil pesos de Ernesto Cordero: cifras que no corresponden con lo que debería ser en la realidad. Claro que hay correctores que ganamos mejor, pero aparentemente, la SEP prefiere los que cobran menos. Con un cinismo inconsciente, Díez-Canedo lo acepta; y peor, lo enuncia como algo natural, como si el corrector fuera sólo ese eslabón insignificante de la cadena.
Al final, el resultado es ese uróboros que impera en la dinámica laboral: te pagamos poco porque te equivocas, me equivoco porque me pagaste poco. La justificación del error está en el mal pago; la del mal pago, en el error. ¿A poco vamos a esperar un trabajo impecable por la bicoca que se paga? Pues tiene razón en algo, señor Díez-Canedo: no hay que buscar el culpable en el freelance de tres mil pesos. Hay que modelo en el sistema que deprecia su labor y la mira con desdén.
Pepe Flores (@padaguan) es Director Editorial de Vida Real en Betazeta Networks. Colabora como artículista en Voces de The Huffington Post y The Qore. Dirige el área de proyectos de la agencia Astrolabio; es voluntario en Wikimedia México; y cursa la maestría en Comunicación y Medios Digitales en la UDLAP.
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