Pepe Flores
Mi reconciliación con el Centro Histórico
Publicado: 18 de DIC 2013
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Cuando iba en secundaria y preparatoria, pasaba mucho tiempo en el Centro Histórico. El papá de uno de mis mejores amigos era gerente de Parisina e íbamos algunas tardes a visitar la tienda. Algunas veces jugábamos en la bodega (una vez casi me rompo el pie sepultado bajo kilos y kilos de rollos de jerga-, pero la mayoría nos la pasábamos deambulado por el Zócalo y sus alrededores.
También eran las épocas de mis primeras salidas nocturnas. Mis amigos y yo adoptamos la costumbre de ir a La Bóveda, un bar en la zona de los Sapos. Había tocadas de rock y cubetas de cerveza, la combinación ganadora para alguien que recién sacó su IFE. Otras veces rondábamos por el Parián, en esa etapa en la que cargaba todas mis cosas en un morral; o iba por un café al Barrio del Artista, a escuchar la trova y hablar por horas con los amigos.
Cuando entré a la universidad, cambié muchos de mis hábitos. Uno de ellos, el de ir al Centro. En su lugar, me enamoré de Cholula, con su embriagante -en muchos sentidos- vida cotidiana. Tanto me gustó que, tras salir de la universidad, compré garantía extendida de mi vida colegial y me mudé ahí otros dos años más. Fueron grandes años, pero despúes de una breve estancia en el Distrito Federal, decidí regresar a vivir a la capital de Puebla en 2012.
Fue este año que me reconcilié con el Centro. Todo comenzó con un café en el Zaranda. Mi gran amigo Eduardo Vallejo me invitó ahí y, de golpe, tuve un déjà vu de la vie bohème. El Centro me parecía, de nuevo, un lugar mágico, lleno de posibilidades, no esa idea de decadencia que (no sé dónde ni cómo) me había metido en la mente.
También gracias al trabajo con Wikimedia es que recuperé el gusto. Coordinar las actividades me hizo visitar de nuevo lugares como la Capilla del Arte, el Museo Amparo, los parques del Jardín de San Francisco, el Paseo Bravo o el edificio Carolino. El recorrido de Wiki Loves Monuments me hizo revivir la historia de la Catedral, el Palacio Municipal, el Parián, la casa de los Serdán o la Plaza de la Democracia. Me convertí en turista de mi propia ciudad.
Claro, no pueden faltar los grandes lugares para elucubrar, como con un café en el patio del Zaranda -el de coco me parece una delicia-, unos tlacoyos en La Mestiza -con una jarra de café de olla para acompañar-, o un cafecito "con piquete" de los que sirven en Profética. Para comer, una torta Flamingo, unos tacos de Las Ranas, unos esquites del Parían, unas chalupas de La Chiquita, una cemita de El Alto (o del As de Oros, en el Mercado de Sabores) o, para los aventurados, unos tacos Mocambo de la 8.
El Centro nos espera. Aprovechemos las fechas para recorrerlo, para conocerlo, para descubrirlo. Sobre todo, para recordarlo. Todos tenemos alguna memoria que nos liga a él, por muy distante que sea. El Centro Histórico tiene tanto que ofrecer que sería un desperdicio no aprovecharlo. Todo puede empezar con un café, un desayuno, un paseo, una compra, una fotografía. Reconciliémonos con el corazón de la ciudad, con el epicentro de su historia y su vida cultural. Como bien dicen: sólo muere aquello que se olvida.
Pepe Flores (@padaguan) es Director Editorial para México en Betazeta Networks. Editor de libros, locutor y blogger, colabora como artículista en varios medios impresos y electrónicos. Es voluntario en Wikimedia México y cursa la maestría en Comunicación y Medios Digitales en la UDLAP. Ganador del Premio de Periodismo Cuauhtémoc-Moctezuma 2013 en artículo de opinión.
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