Transcurrían los últimos días de noviembre de 2006 y Andrés Manuel López Obrador registraba su nivel más alto de opiniones negativas (57 por ciento [%]) según la empresa GEA-ISA, luego de que éste se autoproclamara como Presidente Legítimo de México en respuesta, dijo, al fraude del que fue objeto ese año por parte de las autoridades electorales del país.

El tabasqueño enfrentaba la otra realidad que a muchos políticos les toca vivir: La impopularidad. Y es que tan sólo unos meses atrás (febrero 2006) “acarició” la victoria rumbo a Los Pinos, al conseguir un 63% de las intenciones de voto, cifra también proporcionada por  GEA- ISA y publicada en ese entonces por Milenio Diario.

Doce años han pasado y varias campañas electorales se han efectuado, incluida la de 2012, que fue el segundo intento para López Obrador y la cual tuvo un resultado adverso para él y los partidos que lo postularon (PRD, PT y MC), pues lejos estuvo del impacto y arrastre que logró en su primera aventura presidencial.

El 2018 trae una revancha para el ex candidato del Movimiento de Regeneración Nacional, quien no sólo marcha con una amplia ventaja sobre su más cercano  competidor (45% contra 30% de Ricardo Anaya), según el más reciente cálculo denominado Poll of Polls (Encuesta de Encuestas) difundido en la página oraculus.com, sino también, su coalición tiene la oportunidad de ser la primera fuerza en el Congreso de la Unión, algo que no ha sucedido desde 1994.

¿Resurgimiento o qué?

¿Cómo es que alguien que en 2006 tenía un alto porcentaje de rechazo, pudo resurgir al grado de tener altas posibilidades de triunfo en 2018?

Hay diversos factores que pueden explicar lo anterior, entre los principales se encuentran los errores de sus adversarios. Si AMLO posee la confianza de una buena parte de los mexicanos se debe al mal desempeño de las administraciones panistas y priistas.

La antipatía acumulada hacia Felipe Calderón por la lucha contra el narcotráfico y el desencanto hacia Enrique Peña Nieto por el incremento de la violencia y la corrupción en el Ejecutivo federal, le dieron al tabasqueño mayor notoriedad, influencia y por supuesto, apoyo.

Sorteando obstáculos

¿Cómo puede un político librar tantos hechos discutibles sin que estos hayan dañado tanto su imagen?

Los casos como el desafuero, los videoescándalos protagonizados por Gustavo Ponce y René Bejarano, el mandar “al diablo” a las instituciones, el bloqueo a Paseo de la Reforma, la Presidencia Legitima, su rechazo a la Reforma Energética, el “pase de charola” de Eva Cadena, la intención de cancelar el nuevo aeropuerto o su vínculo con personajes controvertibles como Elba Esther Gordillo, Napoleón Gómez Urrutia y Manuel Espino, más que debilitarlo, contribuyen a mantenerlo vigente en la escena pública.

Algo más que empatía

El tercer (y no menos importante) factor es su estrategia “tierra”, en otras palabras, la manera en la que López Obrador hace política a través de un acercamiento con la gente y convertirse así, en el único político contemporáneo que ha recorrido los 2457 municipios de México.

La polémica es una herramienta que emplea para imponer la agenda informativa o mediática del día, al igual que las redes sociales para divulgar sus ideas que más tarde serán tendencia. Su lenguaje es sencillo y entendible para todos e incluso excesivamente repetitivo, es decir, transmite emociones y conecta con las masas.

Andrés Manuel López Obrador es un personaje de lleno de contrastes, puede ser querido u odiado, denostado o aplaudido; lo cierto es que su ascenso y posible llegada a la Presidencia de la República no será producto de una campaña innovadora, sino de la incapacidad del PAN y el PRI durante el ejercicio del poder.     

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