Proponer algo en contra de las reglas de la política, quizá suene absurdo, ilógico, inviable o utópico, pues el objetivo principal que busca alguien dedicado a esta actividad es permanecer el mayor tiempo posible al frente del ejercicio del poder.

No obstante, en la política -como en la vida misma- hay momentos en los cuales es necesario tomar decisiones arriesgadas que, por un lado, sean producto de un buen análisis y por el otro, que arrojen un resultado positivo para quien o quienes las lleven a cabo.

¡Ya viene!

Lo anterior se vincula directamente con el inicio de la “batalla electoral” en nuestro país, lucha que alcanzará su punto máximo a mediados del próximo año, cuando los mexicanos elijamos a la persona que sucederá a Enrique Peña Nieto en la Presidencia de la República.

En el proceso electoral 2018 habrá por lo menos cinco candidatos (postulados por algún partido, coalición o por la vía independiente) que contenderán para llegar a Los Pinos; pero a 15 meses de distancia del día de la votación, sólo tres partidos tienen oportunidades (reales) de lograr el triunfo: PRI, PAN y Morena.

Plan “A”… Plan “B”

Analizaremos al primero, es decir, al Partido Revolucionario Institucional pero desde otro ángulo, desde otra perspectiva, la de plantear un escenario (intencional) adverso en dicha competencia.

Decenas de columnas y artículos se han enfocado a predecir quién será el abanderado del tricolor, así como sus posibilidades de ganar; empero, pocos escriben sobre lo conveniente que sería un “Plan B” que podría beneficiarlo a mediano y largo plazo.

La realidad priista

Para nadie es un secreto que el PRI es el partido más rechazado en México. De acuerdo al estudio presentado por Consulta Mitofsky en febrero pasado, el instituto político dirigido por Enrique Ochoa registró el 43 por ciento de las opiniones negativas y al mismo tiempo, como marca- partido obtuvo el primer lugar de las preferencias (22 por ciento contra el 15 por ciento del PAN).

Si tomamos en cuenta esas cifras, aunadas con la última encuesta publicada por el diario Excélsior y la empresa BGC, donde refiere que Andrés Manuel López Obrador (Morena) y Margarita Zavala (PAN) lideran la carrera presidencial (26 y 21 por ciento, respectivamente), se podría afirmar a un año de la elección, que ni con Miguel Ángel Osorio Chong, Luis Videgaray, Aurelio Nuño, Eruviel Ávila o Manlio Fabio Beltrones, el PRI remontaría tan amplia desventaja.

Las causas de esto son diversas, en su mayor parte atribuibles al mal desempeño o los yerros del Gobierno Federal en temas como la corrupción, impunidad, la “Casa Blanca”, el caso Ayotzinapa, la visita de Donald Trump a México, los gasolinazos, etcétera; y a los escándalos de los gobernadores emanados del partido fundado en 1929.

¿Dejarse perder?

Entonces, ¿qué le queda hacer al PRI? La respuesta estaría en aprovechar su fortaleza territorial en la mayoría de los estados, porque si hay un partido que tiene la estructura y una afinada “maquinaria electoral”, ese es el Revolucionario Institucional, el cual debería centrar sus energías, no en la Presidencia, sino en conquistar el mayor número de diputaciones, senadurías y poderes ejecutivos locales y así controlar el Congreso y por ende, la aprobación de leyes y presupuestos.

Los priistas saben que desde la oposición también se gana y se gobierna, ya lo experimentaron durante el sexenio de Vicente Fox, a quien maniataron y manipularon a su antojo. A partir de 2018 es muy probable que el PRI se convierta en el protagonista de la vida política mexicana, aun con AMLO o Margarita en el trono.

Con la panista como mandataria, en el PRI podrán estar tranquilos con respecto a una “cacería de brujas”, porque la relación con los Calderón Zavala nunca se ha fracturado; por el contrario, con el tabasqueño serían objeto de persecución, pero la solución a todo esto, tal vez sea el equilibrar la balanza y no dirigir la nave. 

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