Un sinsentido, en eso se ha convertido la guerra contra el narcotráfico emprendida por el Estado mexicano, sí, esa que inició hace diez años como respuesta, dijeron las autoridades de aquel momento, a los altos índices de violencia generados por los cárteles de las drogas en varias regiones del país.

El 11 de diciembre de 2006, el entonces Presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa anunció la Operación Conjunta Michoacán, la cual tenía por objetivo combatir a los grupos delincuenciales que azotaban a dicho estado, a través de 7 mil elementos del Ejército.

Fracaso anunciado

Con el paso de los meses, el panista ordenó desplegar a más efectivos castrenses y de la Policía Federal en lugares como Guerrero, Baja California, Nuevo León, Chihuahua, entre otros; donde los secuestros, asaltos y balaceras crecían a ritmos acelerados.

No pasó mucho tiempo para que los mexicanos observaran que la estrategia calderonista en materia de seguridad pública presentaba fallas graves o debilidades institucionales; por ejemplo, la infiltración del narco en las policías estatales y municipales, así como la impunidad y corrupción que prevalece en los tres niveles de gobierno.

Cifras de “terror”

Diez años se cumplen de esta guerra intestina que, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), ha dejado alrededor de 186 mil asesinatos entre 2006 y 2015. Cabe señalar que durante toda la administración de Felipe Calderón murieron por causas ligadas a dicho conflicto armado, cerca de 122 mil personas, mientras que en los primeros tres años de Enrique Peña Nieto (2013, 2014 y 2015), se contabilizaron 63 mil.

A lo anterior, debemos sumar los cerca de 30 mil desaparecidos que ha dejado este largo combate, según la estimación de varias organizaciones de la sociedad civil; asimismo, la empresa Parametría calcula que un millón y medio de compatriotas fueron desplazados (internamente)  en una década a causa de la violencia.

¡Detengan esto!

¿Tiene sentido seguir enfrentando a los cárteles? La respuesta es no. Si bien la intención de frenar y erradicar el cultivo, producción, distribución, venta y consumo de sustancias prohibidas tiene lógica, la realidad (global) muestra una aceptación a ésta por parte de las nuevas generaciones y la correspondiente legalización, sobre todo en Europa y en algunas zonas de Norteamérica.

México destina alrededor de 154 mil millones de pesos anuales en materia de seguridad pública, mientras tanto, en Estados Unidos existe una tendencia hacia aprobación de leyes que autorizan ya, el uso de la mariguana para uso recreativo y medicinal.

Legal, legalizas… ¿legalizaremos?

California, Massachusetts y Nevada son algunos de los estados de la unión americana que han dado un giro a su antigua política prohibicionista y la tendencia avanza en ese sentido. Hoy, Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas del mundo y es posible que a mediano o largo plazo dependa cada vez menos de sus “proveedores”, entre lo que se encuentran Colombia y México.

El gobierno de Peña Nieto debe replantear urgentemente su visión y estrategia con respecto a este tema, pues año con año la violencia se recrudece, no disminuye, las fuerzas armadas y de procuración de justicia sufren un desgaste acelerado con falta de credibilidad, hay decenas de muertos cada día, mientras al otro lado del Río Bravo, la persecución a los compradores se flexibiliza.

Legalizar no significa dejarle todo el control a una o varias bandas del narcotráfico, quiere decir que el Estado mexicano autorice, pero al mismo tiempo regule todo lo referente al uso de algunas drogas.

Años perdidos

Si ese dinero se empleara bien, es decir, a la difusión de campañas de prevención, atención médica a los adictos o al mejoramiento del sistema educativo, nuestro país no estaría lamentando la pérdida de miles de personas de uno u otro bando y sí, el fomento de una cultura de tolerancia y respeto hacia los demás.

Es posible que en unos años se debata sobre el asunto y que se envíe al Ejército de regreso a sus cuárteles; empero, hemos perdido diez años en enfrentar a una fuerza que penetró hasta las entrañas institucionales, a la que Felipe Calderón subestimó y que en la actualidad, sigue ganando la partida y fortaleciéndose aún más.

La guerra ha sido inútil, no obstante la mejor manera de hacerle frente es seguir los pasos del vecino del norte, regulando y deponiendo las armas.

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