Este tipo de reformas se han aplicado en otros países y van acompañadas de subsidios a alimentos como las verduras, el pescado y las carnes magras; además de un plan integral de educación a nivel básico donde se enseña la importancia de comer de forma saludable; incluso parte de la recaudación es destinada al tratamiento de las enfermedades crónicas derivadas del consumo de estos alimentos.

En nuestro país, al menos hasta ahora, no existe tal subsidio, ya que con el IVA incluido además aumentó el precio de la mayoría de los alimentos sean o no chatarra, y no olvidemos que esto sucede y sucederá cada año; tampoco existe una reforma de salud que prevenga, atienda y otorgue tratamiento a las enfermedades crónicas derivadas del consumo de estos alimentos.

Muchos podrán decir que existe una norma oficial mexicana para el tratamiento de obesidad, diabetes, síndrome metabólico, hipertensión, etc; también hay guías de práctica clínica, el IMSS e ISSSTE tienen sus áreas  de prevención e incluyen el tratamiento de estos padecimientos dentro de sus catálogos de atención médica y por si fuera poco el Seguro popular también incluye en su catálogo el tratamiento de algunas de estas enfermedades crónicas.

El problema radica en que nuestros programas de prevención son tan deficientes como la gente que los imparte, y con todo el respeto que me merecen todos mis colegas de salud, no es lo mismo decirle a alguien que debe comer bien a enseñarle a alguien cómo se debe comer bien.

Los hospitales y centros de salud están abarrotados de enfermos que esperan una cirugía o atención médica por cualquier enfermedad sea aguda o crónica; entre los trámites administrativos y burocráticos que tanto pacientes como personal de salud deben llevar a cabo dudo mucho que quede tiempo para enseñarle a una persona a comer bien.

Para fortalecer una reforma como ésta se debería de contar con personal calificado específicamente en el área de prevención, para lo cual el gobierno debería contratar recursos humanos (recordemos que aquí es donde la mayoría de los presupuestos para TODO se acaban).

La educación alimentaria debería de impartirse en los colegios, así como se imparten matemáticas y español, pero con la experiencia de nuestro cuerpo de maestros que pertenecen al Sector público me temo que sería muy difícil convencerlos de dar clases de nutrición y todavía sería más difícil convencerlos de tomar un buen curso para impartir la clase. No generalizo, hay muchos maestros que hacen mucho más con muy pocos recursos pero son los menos y dudo que el gobierno esté dispuesto a pagar extra por otorgar dichas clases.

En mi experiencia es muy poca la gente que se acerca a un especialista para modificar sus hábitos alimentarios, así como es poca la gente que tiene un estilo de vida saludable; bajo esta premisa el panorama de nuestro país, al menos en términos de salud no es bueno. 

Una reforma “hacendaria” que no viene acompañada de una reforma integral de salud y educación es únicamente una reforma recaudatoria, la gente que tenga el poder adquisitivo para comprar estos alimentos los seguirá comprando, el gobierno tendrá una relativa mayor recaudación de impuestos, pero la población no se verá beneficiada, a menos que todo lo recaudado esté destinado a un plan integral de prevención, diagnóstico y tratamiento, que funcione más allá de los escrito en las normas oficiales y en las guías de práctica, o de los acuerdos que se llevan a cabo entre autoridades sanitarias, es decir que llegue a los que realmente se encargan de prevenir, diagnosticar y otorgar tratamiento a todas las enfermedades crónicas.                       

¿Será nuestra próxima reforma de salud la que cumpla con estos requisitos? O será como la cobertura universal en salud y la desaparición de enfermedades de rezago (como el cólera y sarampión) que ni han desaparecido, y cuya cobertura en salud no abarca la universalidad.