La artimaña y el prodigio trata de la lectura lúdica,  aquella que se practica sin objetivos ulteriores o definidos, y que se asocia con el placer y el interés del lector. Sus páginas también reivindican los conceptos de espontaneidad, juego y ocio para plantear “artimañas” que buscan convertir la lectura en una forma de felicidad.

La lectura de un texto puede llegar a  tocar áreas tan recónditas del ser humano como la de la emoción convertirse en una experiencia de vida nunca olvidada, puede ser transgresión en una sociedad y un tiempo histórico apocados y banales.

Ireri Figueroa Fernández tiene una formación en Lingüística y Literatura, así como en Educación para la Paz, la Ciudadanía y los Derechos Humanos, desarrolladas dentro del marco de la pedagogía para la cooperación. Se dedica a la promoción de la lectura con niños y niñas de educación básica, actividad que ejerce en el Centro Freinet Prometeo S. C., donde es corresponsable del Proyecto Transversal de Lectura junto con Sebastián Gatti. Ha sido tallerista sobre los temas de su especialidad en comunidades rurales y urbanas así como en diferentes redes, foros y congresos.

 Ireri Figueroa y Sebastián Gatti

Juan Sebastián Gatti es maestro, escritor y periodista. Ha trabajado en proyectos de lectura en preescolar, secundaria, preparatoria, preparatoria abierta y programas de alfabetización. Coordinó durante varios años la selección de textos literarios para Bibliotecas de Aula de secundaria. Ha sido ponente y tallerista en diferentes foros y congresos nacionales e internacionales, y es miembro de la Red de Escuelas Alternativas y del Consejo Puebla de Lectura.

Los autores nos invitan a desprender todo un conjunto de nociones acerca de la lectura, acumuladas a lo largo de numerosas programaciones, planes de lectura y recurrentes reformas educativas, y desnudarnos y ver el acto lector con nuevos ojos.

Entender que una lectura lúdica no siempre tiene que ir de la mano de un texto literario; que los maestros pueden estimular la lectura de modos tan naturales que no parezca un trabajo. Que la escuela pueda ser “el espacio normal para que la lectura ocurra placentera y cotidianamente por el expediente casi elemental de dejar que suceda”.