Desde hace seis años, con frecuencia tengo que transitar por la autopista México-Puebla. Es una carretera que me encanta. A diferencia de muchas personas, mi trayecto de casa al trabajo y viceversa es entre montañas y bosques, y sigilosamente vigilada y acompañada por nuestros espléndidos volcanes, Iztaccíhuatl y Popocatépetl. La música del estéreo va a tono. Mi auto es feliz.

Al principio, me llamó la atención que por ahí del kilómetro 90, entre la caseta de San Martín y la salida hacia Tlaxcala, hay un tramo que nunca ha dejado de estar en reparación: duro y dale todo el tiempo… en reducción de carriles pero, irrisoriamente, nadie trabajando.

Después empezó el suplicio. Toda la entrada a la ahora Ciudad de México empezó a ser reparada, hace cinco años. Después de que se inundó el Valle de Chalco por ahí de 2010, decidieron que merecía una manita de gato.

La reparación se convirtió en una obra mayúscula, pero sin planeación. Cuando ya iban terminando la primera obra, decidieron que mejor hacían los carriles de otra forma y ahí te van de nuevo. Y luego, ya que estaban terminando, por qué no mejor hacer unos puentes. El caso es que desde hace cinco años han ido encimando obras, una tras otra, cada una sin una planeación a largo plazo, haciendo a alguien(es) millonario(s) y provocando que la antes detestable Calzada Zaragoza de México sea el paraíso pavimental.

Laaaaargas horas he dejado embarradas en esa mugrosa obra. He llegado tarde a más de una cita y ya ni les cuento mi retahíla de consecuencias, porque llorarían junto conmigo. Me pregunto, ilusamente ¿a alguien le importa mi tiempo perdido y el de todos los demás que van diario? ¿o la contaminación que eso provoca? Claro que no. Lo principal es el bolsillo que se ha llenado con ello.

No conformes con la obra del kilómetro 90 que dije antes y la del inicio por allá del veintitantos derl párrafo anterior, posteriormente decidieron que había que hacer un desmadre entre Llano Grande y Río Frío, al fin que nos sigue valiendo el tiempo de los viajeros, aunque nos paguen sus casetas sin chistar.

Y ahí te va la maquinaria, por ahí los hombres quesque trabajadores, pero en realidad unos cuantos hacen como que trabajan mientras el resto está tirado en el suelo echando torta, y la policía federal, ahora sí, brillando por su ausencia.

Para acabarla de fastidiar, todos sabemos que hace unos cuantos días hubo unos ventarrones del nabo, y los separadores de carril temporales, esas barreras viales color naranja, se empezaron a volar. Y así duraron horas. Nadie había para regresarlas a su lugar o acomodarlas, nadie avisando, nadie supervisando… nadie vigilando la seguridad de los automovilistas, camioneros y transportistas, sin pensar -además- que los primeros lleven las de perder, por tamaño. Las barreras regadas por todas partes, cosa que siguió aun después de las ventiscas y los trabajadores ahí viéndote pasar muertos de la risa de los sustos de los automovilistas cuando de la nada le salía una de las barreras, como si fuésemos un espectáculo circense.

Lo patético es que a CAPUFE le viene valiendo madres. Los contactas por Twitter y simplemente te ignoran. No saben darte fechas de conclusión de su tiradero y ni con fotos de las barras de dizque protección te hacen caso. Se limitan a tuitear sus reportes intrascendentes de “incidente en km 28”. Y ya.

Tengan cuidado, viajeros MÉXICO-PUEBLA. La autopista ahorita está peor que nunca. No corran.

Y a ver pa’cuándo.

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