Después de cinco décadas de vivir en la bellamente ajetreada ciudad de México, ciertas situaciones me soltaron como muñequito de Google Maps en la Heroica y angelina Puebla sin siquiera tener mucho margen de decisión. Todo se acomodó y pues francamente quién soy yo para decirle a la vida “mira, me pones todo en charola de plata pero por hoy voy a declinar”. Y es por eso que aquí estoy.

La había visitado por temporadas, unas cortas y otras no tanto, y me había seducido con todos esos cotidianos encantos que hacen que la vida diaria sea simplemente excelsa. Pero indudablemente, como dice el dicho, vive con Andrés un mes y verás quién es. Ahora, a cuatro años, ya sé un poco más quién es Puebla.

A pesar de que la ponen entre las 4-5 ciudades más importantes de México, yo digo que -por mucho- es la segunda, después del DF.

Para empezar, es super cosmopolita, pero sigue teniendo su toque acogedor. A diferencia de Guadalajara, que es como un ranchote, o Monterrey, que es como una enooorme nave industrial, Puebla tiene estos claroscuros de vetusta historia y de vertiginosa modernidad, de callejones empedrados que contrastan con veloces vías estilo tejano ostentoso, y de gente joven y visionaria que pulula por todas partes y que en ocasiones hasta provoca gestos desaprobatorios entre la tradicional y conservadora sociedad poblana.

El zócalo es de mis favoritos. Pocas ciudades del país tienen una plaza central tan pero tan hermosa y vibrante. En eso sí hasta se lleva de calle al DF. Restaurantes de tradición y de comida rápida, actividades y activaciones, música y globos frente al palacio municipal, llena de faroles dragonescos, carritos de helados y polis turísticos políglotas… rica, folclórica, solemne y tentadora, a cada paso te presenta una provocadora invitación a quedarte, como cuando te haces la remolona en la cama, cinco minutos más.

Es una enorme ciudad universitaria, lo cual ha provocado que la ciudad crezca y se modernice rápida y sólidamente. Y, a pesar de tan vertiginosa y dinámica evolución, hay un par de cosas que me encantaría que Puebla dejara atrás.

La primera: con lo enriquecedor que resulta caminar por sus calles y asomarte a tomar fotografías a hurtadillas en los invitadores zaguanes abiertos "¿para qué está retratando esta casa ¡eh!? ¡sáquese!”, no hay una sola imagen de la ciudad que no te salga con los cables de luz, de teléfono o de cable atravesando la calle, la carretera, el entorno, el cielo, los volcanes, tu foto. De verdad el cablerío de Puebla es un cochinero ambiental al que aparentemente los ciudadanos de siempre ya se han acostumbrado.

La otra tiene que ver con la educación vial. No que los chilangos seamos los mejores conductores, pero por lo menos tenemos un cierto grado de civilidad para que el tránsito fluya no-matter-what. En Puebla creo que, en el aspecto de vialidad, muchos no se han dado cuenta que hace mucho que dejaron de ser pueblo: por ejemplo, no hay poder humano que haga que te cedan el paso, y menos si traes placas del extranjero DF. Tienes que aventar lámina, tipo camionero de la 11 Sur, de forma inclemente y salvaje para poder pasar.

Otro es que las señoras que van a Costco y hasta los maestros en las universidades se estacionan en los lugares marcados para minusválidos ante los ojos de la impávida autoridá del viene-viene que todavía le silba “hastái jefa”. A lo que de plano sigo sin poderme acostumbrar es a esa forma de frenarse a la mitad de cualquier calle o avenida porque el pasajero del auto necesita bajarse, justo ahí, a la mitad de la calle. Ya qué decir de los ciclistas, que andan por toda la ciudad en sentido contrario, como para que uno que viene de fuera lo arrolle cual corbata desde el punto más ciego del vehículo.

Claro que creo que es mucho pedir. Las personas encargadas del departamento de tránsito de la ciudad no son las mejores para poner orden. Por el contrario, creo que la página de su diccionario donde venía la palabra organización se les zafó y quedó atrapada en una de las tantas decenas de obras que están sucediendo por norte-sur-oriente-poniente, pares y nones, sin planeación urbana ni la menor consideración por el ciudadano de a pie (o de a auto, en su caso).

Pero no importa. Con todo y su agua salitrosa, con todo y todo lo demás, en serio, neta, quéchulesPuebla.

Y a ti ¿te gusta Puebla o no te gusta? Ven y cuéntame en Twitter @LaBreton