O dicho de otra forma: el futuro será mejor.

Un mensaje de optimismo que para mí es más bien de esperanza.

Me llegan mensajes, imágenes, fotografías y un sin fin de post en las redes sociales con leyendas que condenan la forma en la que la niñez actual vive en este mundo tecnológico.

Hay muchas frases pero en general el argumento es que nuestra generación (la que nació entre 1960 y 1980) tenía una serie de características que no debemos perder: jugar en la calle en lugar de estar pegado en las consolas de videojuegos; tomar agua del grifo; evitar las redes sociales y cosas así.

Y sin embargo creo que ese añorado estilo de vida ha fracasado rotundamente. 

Afrontémoslo, esa (entrañada) forma de vida nos ha traído como consecuencia adultos violentos (aunque no jugaban Call Of Duty en Xbox) que se están matando en las calles de nuestro país; adultos obesos (aunque según ellos no se pasaban horas tirados frente al televisor y trepaban árboles) que se mueren de diabetes o de infartos por sobrepeso; adultos prácticamente analfabetas (que se espantan de frases como Ola K Ase y que nunca han intentado leer un libro); adultos incapaces de pensar (aunque no tenían 300 canales en la televisión) y que creen en las promesas de los políticos; adultos consumistas; adultos egoístas; adultos corruptos que creen que no hay país sin mordida; adultos incapaces de disentir, de refutar, de estar pacífica y argumentativamente en desacuerdo: adultos sordos, ciegos y mudos.

¿De verdad que nosotros, hijos de ese estilo de vida, somos dignos de imitar? ¿De qué nos sirvió subir a los árboles o tener tiempo para jugar si hoy, somos incapaces de oír al otro? ¿De qué nos sirvió tener paz en las calles si hoy las llenamos con violencia? ¿De qué nos sirvió beber agua del grifo si hoy la compramos y vendemos como una mercancía más? ¿De qué nos sirvió ir a la escuela a pie, si hoy nos deslumbran y anhelamos los coches de millones de pesos?

¿Cuál es nuestro legado? ¿Somos dignos de imitar?

Me parece que no.

Me parece más bien que debemos estar conscientes de TODO lo que hemos hecho mal (que es mucho) para que a través de esa reflexión nos convirtamos en un ejemplo hacia los niños de cómo no actuar, de qué cosas deben evitar, de cuáles caminos no deben seguir.

Mi esperanza es que a través de este mal ejemplo, los niños construyan un mejor futuro: está en sus manos y sólo depende de ellos.

¿Lo hacemos?