Mentor

Durante poco más de medio siglo (1956-2009), la catedral fue el hogar de Buenaventura Delgado López, mejor conocido como “Don Panchito”. La mitad de su vida transcurrió como un mentor para quien la música y el sentir religioso iban de la mano. A través de tales elementos quiso dejar lo mejor de sí a todos los que se acercaron a él. La música coral y de órgano fueron los medios por los cuales sirvió a varias generaciones de poblanos.

Personalidad

La figura del Mtro. Panchito está envuelta de misterio. Para quienes convivieron con él por medio del coro, servicios, clases, ensayos, e incluso reuniones, existen referencias muy claras y muchas anécdotas. Para el historiador resulta un reto, ya que las referencias escritas sobre su vida son reducidas. Las conexiones y relaciones con el ambiente musical poblano se reducen prácticamente al ámbito religioso y los espacios de música de la catedral.

Muchas fueron las personas que conocieron a Don Panchito, hasta el día de su muerte, 9 de febrero de 2009. Su don de gente le hizo ganarse el aprecio, sobre todo de sus alumnos e integrantes de los coros de niños y adultos, quienes en días especiales como su cumpleaños hacían una enorme fila para entregarle un regalo. De espíritu altruista y dadivoso, educado a la antigua, y de carácter cordial, amable y piadoso, el Mtro. Panchito trataba a todas las personas con sumo respeto. Sin importar la edad, desde niños hasta ancianos, todos eran llamados Usted.

Ensayo

Don Trini era un señor de menuda estatura que fue el compañero sempiterno del Mtro. Panchito. Don Trini ayudaba al Mtro. a llegar a los ensayos, y a dirigirse al órgano. En otras palabras, era su asistente personal. La conexión entre música y espiritualidad precisaba iniciar los ensayos rezando una oración. Panchito consideraba que el coro tenía como objetivo principal servir a Dios. “La visita” se convirtió en una petición especial para que todos visitaran una iglesia y dedicaran una oración a Dios.

La clase iniciaba y terminaba con una invocación religiosa, y a continuación seguían algunos ejercicios de vocalización. De inmediato, se estudiaban las diversas piezas corales, poniendo especial énfasis en las particularidades musicales de cada voz. Los cantantes eran colocados por el Mtro. de acuerdo a sus capacidades, e incluso se puede decir que de forma similar al ordenamiento de los tubos del órgano. Los ensayos se realizaban diariamente con un día de descanso, que comúnmente era el jueves.

Organista y profesor

Las clases de Don Panchito solían ser gratuitas, ya sea de órgano o bien como maestro de coro. Incluso, su sentido altruista, con el afán de ayudar a sus alumnos, llegaba al grado de apoyar económicamente a quien se lo ganaba. Tal fue el caso, por ejemplo, de uno de sus alumnos a quien le dispensó los gastos para estudiar órgano en Morelia.

Los domingos era un día especial en el que se podía escuchar al Mtro. ante el órgano. Después de la misa principal ofrecía sobre todo a los turistas alguna obra de cierto grado de dificultad, tal como la famosa Toccata y Fuga en Re menor de J. S. Bach. A la par, era un excelente improvisador. Así, cuando quería halagar a un festejado en su cumpleaños, muy a la manera de Bach, pedía a éste algunas notas sobre las que improvisaba y elaborara toda una composición.

Como profesor de coro, y si el ánimo lo permitía, bajaba del órgano para dirigir el coro y poner especial atención en cada detalle musical. Los movimientos de sus manos al dirigir eran muy similares a los que se requieren para dirigir el canto gregoriano. Eso permitía que los integrantes siguieran con especial cuidado y atención las melodías.

Anécdota

Dice una de las personas que tuvo la oportunidad de tratarlo: “La primera vez que vi al Mtro. Panchito, con sus lentes de fondo de botella y con su característica postura encorvada de una persona que ha dedicado su vida entera al estudio de un instrumento tan demandante y magnífico como es el órgano, en este caso el de la catedral de Puebla, me observó con la mirada de un padre, y a la vez de un músico crítico. Por encima de sus gafas me dijo “buenas noches, bienvenida, cante usted”, y de inmediato se volteó a su piano. El piano estaba rodeado de un archivo con partituras musicales. A todos los aspirantes les pedía que cantaran Las mañanitas. Tras tocarlas y escuchar al nuevo integrante, el Mtro. lo colocaba en un rango de voz adecuado, el que consideraba con mayor facilidad para la persona en cuestión”.