Esplendor

Sin lugar a dudas, el órgano tubular fue un claro signo de esplendor en las catedrales novohispanas. Su inclusión fue uno de los elementos más importantes en el desarrollo musical entre los siglos XVI y XVIII. El órgano fue un instrumento de enseñanza, de inducción al sentir espiritual religioso y de organización de la práctica litúrgica. A través del órgano se podían escuchar desde los acompañamientos más sencillos y sutiles hasta las composiciones polifónicas más complejas. A ello debe agregarse la impresión visual de un instrumento de enormes proporciones, así como el conjunto coral. El impacto y el gusto por escuchar aquellos “conciertos” debió ser un atractivo especial en aquel tiempo.

Torquemada

El testimonio del fraile franciscano Juan de Torquemada (ca. 1562-1624) revela, además de los instrumentos que se practicaban, una clara división en quienes contribuían con su construcción. En su Monarquía Indiana (1615/1723), Torquemada escribió que “una cosa puedo afirmar con verdad, que en todos los reinos de la cristiandad no hay tanta de copia de flautas, chirimías, sacabuches, trompetas, orlos, atabales como en solo este reino de la Nueva España. Órganos también los había en casi todas las iglesias donde hay religiosos, y aunque los indios, por no tener caudal para tanto no toman el cargo de hacerlos, sino maestros de España, los indios labran todo lo que es menester para ello, y ellos los tañen en nuestros conventos, los demás instrumentos, que sirven para solaz y regocijo de las personas seglares, los indios hacen todo, y los tallan rabeles, guitarras, discantes, vihuelas, arpas, monocordios, y con esto se concluye que no hay cosas que no hagan” (en Arturo Córdoba Durana, “Fabricantes de instrumentos”, Historia de la música en Puebla, p. 446).

Las narraciones sobre la facilidad que tenían los indígenas para construir instrumentos son abundantes y bien conocidas. Se dice que con sólo ver como los españoles construían sus instrumentos de aliento o cuerdas, los indígenas podían recrear su construcción con la mayor facilidad y precisión. Sin embargo, en el caso del órgano, como bien afirma Fray Torquemada, requería de una inversión económica sustancial.

Música de órgano

Al tomar en cuenta las declaraciones de Torquemada, se puede afirmar que los órganos y maestros de capilla estuvieron siempre nutridos de mucha y nueva música, ya sea propia, o bien traída de España. Los registros de la época constatan envíos con multitud de libros, entre los que destacan los de música. Vale la pena mencionar que entre estos libros se podían hallar obras de los compositores europeos más reconocidos en la época: Alfonso Lobo, Francisco Guerrero, Giovanni Pierluigi da Palestrina, Cristóbal de Morales o Tomás Luis de Victoria. Las obras pedagógicas estuvieron presentes, y entre ellas se distinguió la obra de Antonio de Cabezón.

La práctica pedagógica fue determinante en el desarrollo musical de la época. Los “niños músicos” debían adiestrarse junto al órgano, aprender las obras requeridas, así como reconocer y seguir las instrucciones del maestro de capilla. En algún momento pasarían a formar parte de agrupaciones instrumentales, sobre todo una vez que su voz empezara a cambiar durante la pubertad.

Epitafio

El estado de Puebla cuenta con instrumentos musicales maravillosos. Sin embargo, el azar juega un papel muy importante en su conservación. A través de generaciones el valor económico y sentimental que puedan tener los instrumentos musicales pasa sobre todo a un valor histórico. Este valor, sin embargo, debido a otro tipo de intereses económicos, políticos, y a una escasa educación y estima por el legado del pasado se torna en una mera cuestión mercantil. En el caso de los órganos, se trata de instrumentos que en gran medida adquieren valor y significado por el lugar donde se encuentran, pues fueron construidos tomando en cuenta las características del edificio que los alberga. Es claro que la conservación de estos instrumentos es un asunto económico de cierta consideración. No obstante, que el paradero de éstos sea desconocido o empleado para fines inciertos, es un asunto que altera el patrimonio cultural. En específico, el Museo Bello alberga un órgano y otros instrumentos musicales que forman parte de la historia del centro histórico. La vaga suerte de dicho inmueble y todos los tesoros que en él se resguardan es un aspecto que incomoda a todos los que hemos crecido en una ciudad con un legado cultural e histórico tan importante.

Este texto fue publicado en el diario El Popular, Puebla, Pue., México, el viernes 4 de diciembre de 2015, en la columna semanal “Son, sonata y rock”.