Dejé de escribir no porque dejara de sonreír, pero lo hice menos. Dejé de dibujar no porque no dejara de imaginar pero acorté mi capacidad.

Gracias a la promesa que le hice a mi amigo de volver a escribir, me hice la promesa de volver a escribir. Y heme aquí, frente a la hoja en blanco como un lienzo listo para recibir circunstancias de todo tipo.

Creer es imaginar, es dibujar, es escribir. Hay días buenos que parecen malos. Casi siempre son así. Uno siempre está a la espera de lo mejor y nunca llega. Al menos, eso es lo que se cree, pero la verdad es que la felicidad siempre está justo en frente de nosotros.

Me he enfrentado a cambios con tintes de una revolución sangrienta. Una serie desbocada de vaivenes emocionales que me han dado mucho para pensar. La cosa es que ya son bastantes y no alcanza la imaginación para enfocarse.
Mi papá me dice: “no te desesperes, ya tomaste una decisión”, la cosa que es todos los días esa decisión se transforma. Y como dicen por estos rumbos: “la única constante es el cambio”. La gorda, la güera, el gay, el lento, el buen pedo, el apestoso, todos, son factores de cambio. Aunque yo les llamaría “afectores” del cambio.

En un mejor panorama me encuentro en una bicicleta, un campo enorme lleno de dientes de león, mucho viento y mis audífonos escuchando “Sola de Vega”. En un mejor panorama pierdo el sentido del sinsentido - como diría Watzlawick - y dejo atrás el absurdo llevándome mis maletas repletas de realidades y gente. Sólo la que me gusta. En un mejor panorama me encuentro mejores personas con mejores sentimientos, haciendo trucos de magia que me asombren, sólo por hacerme feliz.

Vivo, libre, pleno, compartido, chingón y realizado.
Un sujeto de edición limitada sujeto a la inventiva.

Hasta la próxima.