La salamandra, ese simpático animalito semejante a una lagartija aparece representado en antiguos calderos y hasta en algunos conventos e iglesias. Pero, ¿y a qué se debe su asociación con la cocina? Veamos.

Según la mitología griega, Prometeo robó el fuego para entregarlo a los hombres (preocupado, de que los mortales no podrían cocinar sin el preciado elemento) dejando a los dioses del Olimpo en las tinieblas. El relato continúa con el castigo del héroe encadenado a un risco sentenciado a sufrir eternamente la rapiña de las aves. Sin embargo, la otra cara de la historia queda en el misterio. ¿Y los dioses, qué hicieron para salir de la penumbra?

Deducimos que el fuego robado por Prometeo era el único que existía en el mundo, puesto que por su crimen fue castigado. Aquí es donde iniciamos nuestras pesquizas. Las salamandras, nobles animalitos, bajaron presurosas al inframundo a traer nuevas brazas para alumbrar la divina morada.

Entendemos entonces la asociación de las salamandras con el fuego. Los traviesos reptiles suelen refugiarse entre los leños del hogar. El mito dice que ellas les infunden el poder de arder. Elemental, mi querido Watson. Los hornos que expelen el fuego por arriba se llamen salamandras. Utilísimos aparatos, que sirven para calentar, gratinar y caramelizar. La próxima vez que nos topemos una salamandra, le daremos las gracias por tan noble oficio.