Primero una confesión: aunque el rumbo que han adquirido las campañas de los candidatos punteros a la alcaldía de Puebla trasladó a segundo plano las propuestas de cada uno de ellos, iluminó aquello que seguramente ambos querían mantener oculto, fuera de reflectores.

Las solas cifras relativas a sus declaraciones patrimoniales son escandalosas. Pero si a cada una de las cantidades millonarias se le anexa la pregunta “¿cuál es el origen de tales fortunas?” el tema crece como la espuma.

Si en algo coinciden Enrique Agüera y Tony Gali es en haber optado por el servicio público como principal actividad profesional, una labor que por sí sola no produce dividendos como los revelados. Uno y otro ha referido estar involucrado en actividades empresariales al margen de su función como servidor público. La interrogante que sigue, quizás la menos mal pensada, es si esa participación no los ha llevado a enfrentarse a conflictos de interés, justo uno de los escenarios que una declaración patrimonial pretende evitar.

Siguiendo con las preguntas: ¿por qué querrían estos candidatos gobernar la capital del estado durante un periodo extraordinario de cuatro años y ocho meses? ¿Se trata de un genuino compromiso con la sociedad, de una auténtica vocación de servicio? Evitando los peores pensamientos y con el mismo tono sereno, su interés puede girar en torno a la continuación -en el caso de Gali- o a la restauración -en el caso de Agüera- de un proyecto político específico: el del actual gobernador, que poco distingue entre partidos políticos, o el del propio PRI.

En tales supuestos, ¿qué incentivo existe para el votante crítico, para quien desea castigar o premiar a un personaje o a un grupo político en función de lo que representa?

Si algo sucedió en 2010 fue que buena parte de la sociedad poblana castigó a Mario Marín, independientemente de la confianza que provocó o no Rafael Moreno Valle. Y es sabido -en los circuitos informados- que lejos de ser desterradas, las malas prácticas del sexenio anterior persisten en el actual. ¿A quién premiar entonces? ¿Tiene utilidad un voto de castigo si se premia lo que se había castigado apenas tres años atrás?

A querer o no uno de los dos será el próximo alcalde de Puebla. No hay vuelta de hoja. Sin embargo, lo que más incentivos puede generar, el escenario que puede dejar más tranquilo a varios es el de anular el voto. Un voto nulo expresa hartazgo y rechazo, pero también un sentido de exigencia con la clase política que origina contiendas electorales como la que se disputa la presidencia municipal de Puebla.

Ni Agüera ni Gali ni el candidato vacuo del PT. ¿O alguien identifica una diferencia sustancial, de fondo, para preferir a uno de ellos?

Anular el voto es una opción y es una forma de votar, sí, de ejercer el voto.

Twitter: @rialonso