“Esos árboles llegaron mucho antes que nosotros”, le dije al vecino que desde hace años recibe los golpes del desarrollo natural de un ser vivo. “No tiene remedio, es mejor prevenir que no caiga uno encima de mi casa y yo pueda demandarte, entonces sería más caro el problema”, me respondió.

La estupidez del hombre de pensar que puede pasar por encima de los ecosistemas, de su propia esencia, de su propia vida, le hace ciego cuando se convierte en constructor de bienes temporales: calles, puentes, fraccionamientos. En lugar de integrarse al mundo, lo devora.

Cuando tenía 2 años, mis padres, mi hermano y yo, nos mudamos a la casa donde aún habita mi familia. La zona de Zavaleta era campo abierto con árboles por todos lados, vida silvestre, agua en abundancia… “Mira esos árboles, es el único terreno que tiene unos tan altos”, esa idea fue el motivo para escoger el lugar en donde nos hicimos como familia. Esos largos troncos que fueron el activo principal de un terreno, son ahora el tormento de sus invasores. Eran 5, ahora quedan 3, porque alguna vez ya hubo "necesidad" de cortar, a eso se debe el deterioro de algunas de las ramas.

Mis hermanos y yo echamos raíces a su lado, ellos delimitaban antes la propiedad de los terrenos baldíos que en cada primavera se llenaban de charcos infestados de renacuajos y serpientes de campo. Era el ecosistema donde los vecinos y yo extraíamos a las arañas más coloridas, los grillos más grandes y una variedad de bichos que uno de los niños atesoraba en un insectario conformado por peceras dentro del patio de su casa.

Esos árboles nos proveían de sombra todas las tardes de verano mientras jugábamos fútbol en aquella comunidad de las tierras inmundas de Puebla, ¿o sería San Andrés Cholula? Nunca ha estado claro.

• ¿Quién planeó el futuro aquí además de mis padres que guardaron distancia de los árboles pero los desearon como compañeros de vida?

• ¿Quién iba a imaginarse que 10 años después de mi infancia ya no habría terrenos, ni agua que llegara a los pozos de quienes explotaron primero las tierras, ni conejos, ni renacuajos…?

Pero esos árboles que precedieron la colonización desproporcionada permanecieron firmes y regalando al menos un modesto paisaje de lo que antes fue un alegre horizonte natural. No lo entiendo todavía, mi lógica dice que el desarrollo urbano trata de acondicionar espacios para vivir, no para terminar con la vida.

Los árboles llegaron primero, pero las casas que se construyeron justo a un lado de sus ramas, no les permiten tener la libertad de estirar sus raíces. Los techos de los que llegaron a poblar ahora, podrían ser golpeados por las brozas y romper sus tejas. A los nuevos vecinos no les gusta barrer la hojarasca que día con día caen para hacer alfombra.

De los 3 no quedará ninguno. Ya no habrá parvadas como ya no hay madrigueras. Ya no habrá anfibios para seguir llenándonos de moscos. Hasta que regrese el desarrollo y ordene el territorio en el orden de prioridades que el hombre necio nunca quiso.

¡Sembraremos unos nuevos! Planeamos dar espacio a unos árboles que no afecten las viviendas de al lado, aunque sus constructores no pensaron nunca en quienes habitaron este lugar antes que ellos, esos que generaban vida, que dadan sombra.

¡Hay que abrirle paso a la vida, antes de exterminarla!