Aunque la muerte es un hecho inevitable,      en la mayoría de las ocasiones nunca se        está lo suficientemente preparado como para  poder afrontarla, y luego superar, la        separación de un ser querido.

En especial porque no sólo se pierde a esa persona físicamente, sino todo lo que nos unía a esa persona, el papel que ocupábamos en su vida y el que, sobretodo, ella ocupaba en la nuestra.

En psicología identificamos una serie de etapas en el duelo por las que suelen pasar la mayoría de las personas. Se puede pasar de la negación a la culpabilidad, de la aceptación a la identificación propia con la persona fallecida, pero lo que nunca se puede evitar es sentirnos vacíos y tristes porque ese ser querido ya no se encuentra a nuestro lado.

Estos sentimientos se acrecientan aún mucho más en el tiempo de las Fiestas de Fin de Año, una época familiar que tradicionalmente ha sido defendida como una celebración religiosa y espiritual en la que todos debemos ser felices y mantenernos unidos.

Si bien estas cuestiones se han ido perdiendo poco a poco con el paso de los años y, sobre todo, con la llegada de nuevas generaciones poblacionales, es normal sentir algo de tristeza en estas fiestas, porque en momentos pasados las vivimos –felices- con aquellos familiares o seres queridos que ya no están.

Sentimos que las Fiestas de Fin de Año ya no son lo mismo porque esas personas ya no están, pero se nos olvida una cosa: podemos continuar, viviéndolas con alegría y con felicidad, si las tomamos como otro momento más en nuestras vidas, como otra época más del año, en la que se reúne la familia y en la que nos hacemos regalos.

Durante el proceso del duelo los terapeutas recomiendan que una de las mejores formas de superar la muerte de un ser querido es la de aceptar que esa persona ya no se encuentra físicamente entre nosotros, pero eso no impide que, espiritualmente sí siga estando, en nuestro corazón, en nuestro pensamiento, y en nuestro estilo de vida diario.